«Las miserias, las equivocaciones y las dudas» de una artista danzando en un escenario virtual. El entrecomillado hace referencia a los bocetos de Ana Juan, en términos de la propia ilustradora, que se exponen en la Facultad de Bellas Artes de la UPV como parte del proceso creativo de Snowhite, una versión personal „aunque transferible„ del relato de Blancanieves. En esta versión, la valenciana, ilustradora habitual de The New Yorker, reinventó a la pálida heroína y la colocó en el periodo de entreguerras, le arrebató el beso del príncipe y hasta la manzana envenenada. Todo para darle una vuelta al papel de la mujer en los relatos tradicionales.

Fue el grupo Unit Experimental, de la propia universidad, el que se puso en contacto con Juan para dar una nueva perspectiva al trabajo de la ilustradora y, de paso, de las exposiciones, fijándose en el proceso de creación de la obra para dar pie a la muestra Ana Juan. Dibujando al otro lado.

«Empezamos con Snowhite y Otra vuelta de tuerca. Fuimos deshilando el ovillo y...», un inciso antes de que acabe su enunciado: la exposición recoge originales y bocetos tanto de su Blancanieves como de su trabajo ilustrando la obra de Henry James. Tablet en mano, el visitante puede ver aparecer a los personajes de las obras mientras recorre la galería. Puede, gracias a la realidad aumentada, convivir con los mismos personajes y hacerse una foto junto a ellos, como si estuviera dentro de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?

«... Y nos metimos en otro ovillo, el de la interactividad», acaba la artista. Se refiere a que, además, a su Blancanieves le han dado una nueva vida en Erthaland, una historia interactiva en el que el usuario tratará de hacer escapar a la heroína de la mansión de su madrastra y de la que se muestra en esta exposición el primer capítulo. «Al principio era escéptica, pero ves que los personajes cobran vida y eso es fascinante», abunda Juan. El reto en el que se ha adentrado esta ilustradora con más de treinta años de carrera ofrece también una pincelada de su manera de entender el oficio, nada convencional: «No me interesa reflejar fielmente las palabras. A mí me gusta ilustrar entre líneas, buscar otras luces para conseguir mi propia versión». Se refiere a que el dibujo «no sea un adorno» de la historia que acompaña, sino «que arrope el texto. El reto consiste en no quitarle el sentido al relato, ir de la mano».

Dice Juan que está en una etapa de la vida en la que no le apetece amoldarse al mercado. «Ahora quiero que el mercado se adapte a mí», sentencia, inmersa en un nuevo proyecto de iniciativa propia. Ella, que comenzó en la profesión «cuando solo se pedían ilustraciones para cuentos infantiles», observa con optimismo el «boom» de la ilustración: «Y solo espero que no sea una moda». Valenciana aunque residente en Madrid, le sale una carcajada cuando le preguntan qué tal el vuelo desde Nueva York: «no sé por qué dicen que vivo allí..». Quizás el equívoco tenga que ver con sus ilustraciones en The New Yorker. Una al menos quedará para la posteridad: aquella portada con una Torre Eiffel sangrienta y punta de lápiz, con la que amaneció la edición posterior al atentado en Charlie Hebdo.