Se representaba la misma noche de Navidad, en un templo atestado de fieles. «El cant de la Sibil·la», drama litúrgico extendido durante el medievo hasta su prohibición y recuperado con éxito abrumador en los últimos años en Valencia, constituye un antecedente arcaico de la relación entre el teatro y esta época del año.

Hoy la tradición reclama que las artes escénicas se vuelquen en la programación infantil, camuflada a menudo bajo el término «familiar», menos exclusivo y que busca al público masivo. «Es la agenda escolar la que marca el paso», lapida Guillermo Arazo, programador de Las Naves. Basta echar un vistazo en la programación de la mayoría de espacios culturales de la ciudad para confirmar quién es el verdadero leviatán del calendario. No hay una sala de teatro que no reserve unos días a intentar atraer al público más joven, ya sea desde el teatro o probando en otros terrenos, como la magia o el circo.

No es esta una inclinación exclusiva de las artes escénicas, sino más bien un reflejo de lo que ocurre a todo el cuerpo cultural, que rejuvenece de golpe. Recorran los museos de la ciudad los próximos días y los encontrarán llenos de criaturas junto a sus padres con destino a algún taller. Lo mismo hace Les Arts, que cambia a «Macbeth» por Cantajuego; y el Palau de la Música, que pone al violinista Ara Malikian al servicio de la infancia.

«Es lógico, son fechas en las que dispones de más tiempo y mayor capacidad económica. Lo importante es que, si se busca al público familiar, se haga con calidad», apunta Enrique Fayos, miembro de la familia que gestiona el Olympia y el Talia. Ambos espacios adaptan su oferta durante estas dos semanas en busca de ese público, a la vez que mantienen una tradición de la que se sienten «pioneros», la de las funciones la última noche del año.

«Si reparas en el total de las salas estos días encuentras variedad suficiente y no hay mucho que envidiar a las grandes urbes. Aquí, por ejemplo contamos con una oferta circense como en ningún otro lado, aunque en Madrid tienen más recursos para completar la programación», reflexiona Fayos. Arazo, por su parte, ve difícil escapar a la «infantilización» de la oferta en estas fechas e incluso alega que trató de rebelarse contra esta costumbre en una etapa anterior, pero no funcionó. «Lo que sí puedes hacer», matiza el programador, que llevó a Bambalina Teatre a Las Naves ayer mismo, «es apostar por alternativas a las clásicas representaciones para niños».

¿Y los museos?

«No son fechas particularmente propicias para las galerías», opina José Luis Pérez Pont, quien fuera presidente de los críticos valencianos. «Quizás sea fruto de un error estratégico: la falta de políticas que definieran los hábitos de la gente ha provocado que las exposiciones quedaran fuera de las prioridades en estas fechas», ahonda el crítico.

Exposiciones como la de Gillian Wearing en el IVAM o la del Siglo de Oro en el San Pío V están estos días al alcance de casi cualquier agenda, pero el efecto llamada de la inauguración parece haber quedado diluido. «No es un problema solo de Valencia, ocurre igual en todo el Estado: las entidades culturales realizan grandes esfuerzos para tener propuestas interesantes, pero fallan las estrategias de comunicación», subraya Pérez Pont. La Cultura no se va de vacaciones, pero a veces resulta invisible cuando más debería relucir.