Constructor pictórico y explorador de formas. «Ximo», como le llamaban los de casa, escondía tras un semblante sosegado y a veces regio, toda una revolución emocional que únicamente encontraba en el arte un canal para mostrarlo al mundo. El pintor, que jugó siempre en la linde entre la rectitud del trazo y el esbozo, dejó ayer huérfano al sector pictórico valenciano. Joaquín Michavila, considerado uno de los maestros de la disciplina abstracta, murió ayer en su casa de Albalat dels Tarongers a los 90 años. El artista padecía Alzheimer desde hace varios años. Una enfermedad que obligó a mantenerse alejado de la vida pública.

Los restos mortales del pintor se encontrarán hoy en el Tanatorio Camp de Morvedre de Sagunt hasta las 18 horas, cuando tendrá lugar el sepelio en Albalat dels Tarongers, de donde procedían las raíces del artista. «Esperábamos que ocurriera pronto. Con los años había ido olvidándolo todo. Cuando nos dimos cuenta de la enfermedad que padecía procuramos, con su consentimiento, apartarlo del foco mediático», afirma la hija del artista, Carmen Michavila, quien asegura que la familia concertará una misa en septiembre en honor al pintor en Ares del Patriarca, ya que son consientes de que muchos amigos del académico «no van a poder asistir» por ser «malas fechas».

Joaquín Michavila, nacido en Alcora en 1926, ejerció como pintor, muralista y escenógrafo. Estudió Bellas Artes y Magisterio, profesión que compartía con sus padres, en la Escuela Superior de San Carlos de Valencia, donde fue profesor de dibujo en una época donde las vanguardias iban abriendo paso. Fue presidente de la Real Academia entre 2003 y 2007, y posteriormente se le nombró Académico de Honor. Su amplia trayectoria le valió para recibir la Distinción de la Generalitat Valenciana al Mérito Cultural en 2001 y el Premio de las Artes Plásticas de la Generalitat Valenciana en 2007. El pasado mes de mayo, el Círculo de Bellas Artes le otorgó la Medalla de Oro a su trayectoria artística, un reconocimiento al que se sumó la Universitat de València con una exposición retrospectiva.

Hombre de vanguardia

Centró su actividad creativa en combatir la unilateralidad, diversificándose en distintos ámbitos que respondían a su gran curiosidad intelectual. Sus inicios pictóricos los llevó a cabo en el ámbito del expresionismo con un sentido refinado y reflexivo, a través de los trazos y un desencadenamiento de manchas, luces y color, en la que prevalecían los tonos, terrosos, pardos, verdes y rosas.

La incorporación del artista a los movimientos renovadores llegó con la aparición de grupo de Los Siete, así como a la posterior vanguardia del Grupo Parpalló. Tras una estancia en Italia, en 1957 regresó a Valencia para dedicarse al campo del constructivismo simbólico. Las formas geométricas y las tintas planas, junto a una orientación racional y analítica, constituyeron la base de sus trabajos.

En la década de los ochenta su pintura evolucionó hacia una estética de mayor vitalidad. Centró su interés en el paisaje del lago de la Albufera y la huerta de Valencia con la serie «El Llac», donde dotó a estos paisajes „muy presentes en su infancia„ de un componente ecológico y restaurador. Su obra posterior y última le llevó a trabajar el collage y los acrílicos bajo el título genérico de «Contrapunto», unas pinturas negras que representan visiones cosmológicas inspiradas en la música.

«Ha sido un referente histórico por su manismo, su capacidad artística y su valencianía», destaca Manuel Muñoz Ibáñez, director de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos y amigo de Michavila. «Su muerte ha sido un duro golpe para la Academia y para el ámbito cultural valenciano. Se adelantó a su propio tiempo gracias a su sentido de la cultura. A pesar de que sus creaciones fueron novedosas para la época, nunca fue cuestionado, ya que pese a que había sectores que no comprendían sus pinturas, éstas se consideraban igualmente bellas», explica el director.

Artistas como Jordi Teixidor, Uiso Alemany o José María Yturralde tomaron un primer contacto con las vanguardias de la mano de Michavila, durante su etapa como pedagogo. «Para el escaso interés que los profesores nos despertaban en esa época, Michavila fue el docente con el que hablábamos y podíamos entrar en contacto con el arte contemporáneo», asegura Teixidor, quien describe al pintor como «un hombre abierto a las nuevas tendencias».

«Siempre le interesaba lo que hacíamos los jóvenes, con los que tuvo muy buena relación», afirma Alemany,quien destaca el carácter curioso de un pintor que, pese al poco arte abstracto que existía en Valencia durante sus primeros años, siempre apostó por quedarse en su tierra natal, tal vez como un gesto de rebeldía.

«Michavila decidió quedarse en un momento en el que todos los jóvenes artistas de la ciudad nos queríamos marchar, y mantuvo su propia visión de la pintura pese a todo», señala José María Yturralde. «Para él, el arte era una respuesta del entorno, y éste le emocionaba. Quería hacernos partícipes de sus emociones a través de su arte», afirma.