Juan Ortega y sus muñecas de oro

El torero de Triana cuaja un ramillete de verónicas para el recuerdo a un toro de Juan Pedro Domecq de deliciosa clase y buen son 

Borja Jiménez roza la puerta grande en su presentación en Valencia 

Juan Ortega esculpe una extraordinaria verónica al segundo toro en València

Juan Ortega esculpe una extraordinaria verónica al segundo toro en València / Litugo

Jaime Roch

Jaime Roch

La inspiración brotó con el capote y se pararon los relojes. No se sabe cómo brotó porque no brota todos los días ni a todas horas. Ese misterio es fundamental entenderlo cuando se entra a una plaza de toros. Por eso, el toreo es Juan Ortega. Y por toreros como él, al toreo se le denomina un arte con toda la extensión de sus letras.

Sus códigos expresivos son deliciosos. Tanto en términos de sensibilidad como de barroquismo sustancial a la hora ejecutarlo delante del toro. Las maneras del torero nacido en el barrio sevillano de Triana son una aventura creadora obtenida a lo largo de los años con el objetivo de expandir el lenguaje de su torería hasta sus límite más imprevistos.

Las cinco verónicas

Y así hizo nada más salir el segundo toro de la tarde, de nombre «Poderoso», un gran ejemplar de Juan Pedro Domecq de deliciosa clase y buen son que también ocupará un lugar en el cuadro de honor de los ejemplares a destacar al término de la Feria de Fallas. De preciosa hechura -aunque también enseñaba las puntas en su seriedad por delante- descolgaba su cuello cuando lo enganchaba Ortega. Con ese ritmo, el diestro sevillano dibujó cinco verónicas extraordinarias y una media sideral que elevaron la temperatura de una tarde gélida y airosa. Esos cinco lances, con la pierna adelantada, el mentón hundido como los toreros gitanos de antaño que agitaban los duendes, el cuerpo hundido en sí mismo y la cintura fundida, quebrada, rota… y el toreo que surgía de la palma de sus manos y se reducía a cámara lenta gracias al resorte lánguido de sus muñecas de oro, sin absolutamente ninguna brusquedad, bañadas todas ellas con un temple excepcional. Toda esa antología fue un antídoto contra la vulgaridad. Así hasta cinco… y la plaza, un día más, rugió con el milagro del toreo. Verónicas todas ellas surgidas como un emocionante soliloquio, como un monólogo interior con el animal y que hasta casi reclamaban nuevos recursos léxicos y sintácticos para definirlas, incluso nuevos adjetivos calificativos. Si es que esta forma de torear se puede describir sin herirla en esencia. En definitiva, un monumento al lance más primitivo y más difícil del toreo: la verónica. 

Un extraordinario natural de Juan Ortega

Un extraordinario natural de Juan Ortega / Nautalia/Litugo

Pero el desenlace de su faena no fue una liberación, sino precisamente la redundancia simbólica de su concepto. Eso sí: la excepcional potencia de su toreo radicó en su condición de irrepetible, basado en un universal fundamento estético como es la torería. Tras brindar al público, dos trincherazos fueron para poner a trabajar a los cartelistas taurinos. Además de la calidad, el toro también tuvo las virtudes de la prontitud y la obediencia en todo momento. Los muletazos surgían con un trazo extraordinario, pero Ortega redondeaba tanto el pase y lo hacía tan despacio en todo momento, que acababa enganchando las telas. Y eso le afectó al animal, que pedía más temple para afianzarse en su falta de fortaleza. El viento también fue un inconveniente en toda su labor, planteada más cerca de los medios que desde el tercio, y dejó una estocada casi entera. Saludó una fuerte ovación. En el quinto, un animal desrazado de La Ventana del Puerto, poco pudo hacer. Los doblones de inicio para salirse a los medios con la rodilla en tierra fueron torerísimos.

Quizá, si el segundo huera salido en quinto lugar todo hubiera tenido una mayor redondez. Pero eso nunca lo sabremos.

Borja Jiménez pasea la oreja

Borja Jiménez pasea la oreja / LITUGO / NAUTALIA

Golpe de Borja Jiménez

Mención sobresaliente merece Borja Jiménez, también sevillano, pero nacido en Espartinas, al otro lado del río Guadalquivir y con ese aire de torero valiente y con garra, a todo corazón, a máxima entrega, que un día fue santo y seña de la figura que universalizó el pueblo en el que él mismo nació: Juan Antonio Ruiz «Espartaco».

Su presentación en la Feria de Fallas merece nota alta y pudo abandonar el coso de la calle Xàtiva por la puerta grande, pero perdió la oreja del sexto tras una media estocada que demoró la muerte del toro. Y precisamente en ese ejemplar se mostró importante de verdad, jugándose los muslos y con el objetivo de la puerta grande entre ceja y ceja. Esa voluntad de querer ser, la ambición... dejó tan buen sabor en València que quiere volver a verlo. Ahí, en los terrenos de cercanías, mejoró la condición del animal, muy flojo y casi inválido pero que era un señor toro de Juan Pedro. Muy firme, muy cruzado y, sobre todo, muy templado, fue la clave para que el animal se afianzase. Dio una vuelta al ruedo.

Cortó una oreja al tercero, del Puerto de San Lorenzo, tras una faena en la que se puso a torear sin probaturas y en la que también tuvo mando y asentamiento. Dejó una estocada desprendida.

Cayetano Rivera Ordóñez no justificó su inclusión en una feria de primera categoría como València. Sobre todo, en el primero, otro gran toro de Juan Pedro Domecq que fue a más en todo momento y que humilló con gran recorrido y tuvo fijeza y nobleza. Eso sí, le molestó mucho el aire. El cuarto lo desbordó. Viéndole, surgía la siguiente pregunta: ¿Qué hubiera pasado si ese primero lo hubiera toreado Daniel Luque o Tomás Rufo, grandes ausencias de las Fallas y con méritos para estar? Nunca lo sabremos. Una pena.

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