­Las adversidades unen y endurecen. Y tener como rival al Barça, es todo un problema. O una satisfacción, según se mire. Y el valencianismo entendió que anoche el equipo lo necesitaba y acudió en su auxilio. Fue, más que un socorro, un amparo mutuo. Y es que, en época de crisis, el fútbol, como espectáculo sirve para divertirse, entretenerse, disfrutar, pasar un buen rato y desahogarse. Y eso hizo la afición. De principio a fin. Un Valencia-Barça es, se mire por donde se mire, un partido atractivo. Y, vivir unas semifinales de Copa, una oportunidad no única pero sí muy ocasional. Y la afición del Valencia quiso vivirlo al máximo. ¡Vaya energía!. ¡Vaya entrega!.

En un Mestalla lleno —la última ocasión que se colgó el no hay billetes ( 51. 800 espectadores) fue hace dos años en un Valencia- Tenerife que coincidió con la despedida de Rubén Baraja—, el mosaico de la grada central trasmitía al equipo la fuerza y confianza que habían reclamado. «Jo crec», fueron las dos palabras que los jugadores leyeron al salir al campo —letras en negro sobre un fondo blanco, con la silueta de la Copa en medio—, mientras con cartulinas de colores, el fondo sur proclamaba la valencianía con una gran senyera.

Y el Valencia correspondió de la mejor de las maneras: con un gran partido, con todos los ingredientes necesarios para tener a la grada encantada y casi en éxtasis. Las manos de Pinto fuera del área cuando Soldado encaraba a puerta —debía haber sido expulsado— y el posterior gol de Jonas provocaron el delirio de una afición que toma como propios los logros de sus jugadores. ¡Madre mia,cómo reverberaba Mestalla!. Y cómo enmudeció con el gol de Puyol. El central del Barça, el día que el Valencia estrenaba patrocinador —el logo verde de Jinko solar sobre la camiseta blanca—, congeló la ilusión.

Pero Mestalla está acostumbrado a lidiar con la adversidad y, digerido el 1-1, la grada volvió a creer y engancharse al equipo porque con el empate el Valencia se deshilachó. Por ello, un preocupado y muy activo Emery —qué diferencia con Guardiola, también vivo pero con un estilo diferente—, optó por desgañitarse y tratar de volver a enhebrar al equipo. El premio lo merecía.

Con el descanso, jugadores y aficionados recuperaron el ímpetu perdido y fue un volver a empezar. Aún quedaban 135 minutos de eliminatoria, pero Mestalla sólo podía empujar 45 minutos y la hinchada era consciente de ello. Y, si los jugadores se vaciaban en su intento, la grada aportaba el plus de energía que empezaba a gastarse. El gol anulado a Alexis por fuera de juego, el infantil penalti de Miguel sobre Thiago —qué lástima que el Valencia dejara marchar al hijo de Mazinho que se crió en la Ciudad Deportiva— y sobre todo la estirada del parapenaltis Diego Alves a Messi hizo enloquecer a Mestalla.Increíble. «A por ellos, oé; a por ellos, oé» y una larga retahíla de canciones ayudaron a que los minutos pasaran muy rápidos, mientras en el palco, Llorente y Rosell contemplaban con un ojo el partido en vivo y con ojo la pantalla de plasma en la que se ofrecía el partido y todas y cada una de las jugadas dudosas. Comentar, comentaban poco. Pero es que el partido, estaba para vivirlo y sentirlo. Y, con tanto en juego, las palabras se congelaban. Y es que, los meteorólogos no se equivocaron y frío hizo. Un frío que, sobre todo se notó, cuando acabó el partido y los aficionados comprobaron que, tras todo el desgaste, el resultado era de empate a uno. Queda la vuelta. La difícil vuelta.