­­Diego Talavera aterriza en la histórica bodega navarra —propietaria de la conocida marca Gran Feudo, entre otras, fundada en 1647— en un difícil momento tras una crisis económica que le llevó a vender Señorío de Arínzano, el château cuya restauración sumergió a la familia Chivite en una abultada deuda y que provocó su venta a la corporación SPI, en manos de un millonario ruso.

¿Se marcha con los deberes hechos en Bodegas Murviedro?

Muy contento por los resultados. En 2007 era una bodega de venta a granel y se ha transformado en una firma con marca y concepto. Se ha crecido un 50 % en cifra de negocio y la ventas llegan a sesenta mercados de los cinco continentes, incluido Oceanía. El grupo Schenk ha apoyado la estrategia. La apuesta por las variedades autóctonas bobal y monastrel ha sido un acierto.

¿Cómo ve el conflicto de las Denominaciones de Origen en la Comunitat Valenciana?

Es un conflicto político, no empresarial. Los consejos reguladores de Valencia, Utiel-Requena y Alicante deben ponerse de acuerdo para beneficiar a las bodegas y a los productores. Valencia tiene mayor tirón comercial, aunque Utiel-Requena posee la exclusividad de una uva con gran calidad y demanda en el mercado.

¿Cuáles son sus retos como director de Chivite?

Los mismos que cuando llegué aquí, a Murviedro: relanzar la compañía. La bodega familiar supera su crisis financiera y tras salir del túnel hay que volver a colocarla en el mapa nacional e internacional.