El asunto de la crítica musical, al igual que la politoxicomanía, las Fallas o el Rocío está masificado y mitificado. Por eso, desde el inicio de las emisiones de este programa, el trabajo de valorar nuevos o viejos lanzamientos discográficos recae en nuestro colaborador Clyde Tercero, un rumboso orangután descendiente del que Clint Eastwood paseó entre combates, borracheras y broncas contra motoristas en «Duro de pelar» y «La gran pelea». Abandonada su afición por el LSD y recuperado de una reciente lobotomía, además de sus críticas para La Vía Láctea podéis leer sus artículos de análisis político y sus crónicas parlamentarias en un diario de tirada nacional. Clyde los firma con pseudónimo, claro, pero no os diremos cuál es porque ya no buscamos enemigos.

En esta ocasión, le hemos dado a escuchar al bueno de Clyde III el disco «Egresión», que publicó a finales del pasado año El Ser Humano, proyecto musicovocal tras el que se esconde Gonzalo Fuster. El Ser Humano toca hoy viernes 6 de febrero a las 23.00 horas en la Sala Russafa y el domingo estará a partir de la medianoche en La Vía Láctea. Perderse ambos acontecimientos está penado con aliento a perro enfermo.

Esto es lo que opina Clyde III de «Egresión» y nosotros (que, como la vida nos ha demostrado, tenemos bastante peor gusto que un orangután) lo damos por bueno:

El tercer trabajo de los valencianos El Ser Humano está muy bien hecho, con cariño, todo él es muy limpio, sin dobleces estéticas ni trampantojos posturistas. El disco rebosa dignidad y parece que durante la grabación han hecho lo que de verdad les ha apetecido, algo en lo que el productor Dani Cardona parece haber tenido mucho que ver. Durante toda la escucha flota en el aire el recuerdo de la discográfica Sarah 100, quizá por el sonido brillante de las guitarras, por el canal limpio, los fríos ecos de la batería o el encantador eclecticismo de esta Egresión, todo ello combinado con firmeza en «Ella cae», el primer corte, con un final rendido a la grandilocuencia amateur en la onda de Love. En «Italia», el Ser Humano actúa de crooner à la Morrissey, con un lado muy pop, agridulce pero luminoso, como Nick Cave bajo el sol de la Malvarrosa.

Todo el elepé está lleno de matices y como ejemplo tenemos «Continuamente gris», repleta de teclados, percusiones muy variadas, guitarras distorsionadas con ecos que recuerdan a The Wedding Present bajo el influjo de Ennio Morricone, ritmos fracturados, arreglos de cuerda y ecos psicodélicos. «Número 1», por su parte, es directa y sixtie al estilo de los Brincos. En «Cierto optimismo» (versión de un tema de los valencianos Petit Mal) los instrumentos de percusión suenan a juguete y la canción se tornan jazzera y caribeña por momentos, con dejes al Canterbury menos indigesto, Kevin Ayers y Robert Wyatt cambiando Deià por Xàbia.

«Piedras» es una canción mayúscula, con ese trabajo de slide que entronca con el folk y el rock americano con raíces, eso que se llamó americana con el cambio de milenio y que llevaba sonando desde antes del nacimiento del rock and roll sin que muchos lo supieran, idiotas como tú (usted perdone pero lo cantan ellos en la letra), modernos de última hora que habitan «El rumor», el séptimo corte, lleno de tensión en la forma y en el fondo. En «Vestido» aparece el fantasma de los primeros Tindersticks que conjura El Ser Humano con un blues de frontera, cinematográfico, de los que suenan en los garitos de vampiros y tetas enroscadas. En la pista ajedrezada baila un caballo agarrado a un enano que habla al revés delante de cortinas de terciopelo rojo mientras yo me hinco el tequila más pesadillesco que recuerdo y espero a que se haga la luz con «Juan y Adrián» y sus parones acústicos y su desarrollo eléctrico, épico y musculoso. Y al final, la libertad total con dos minutos de introducción a la despedida tensa, etérea y chirriante que es «Se llaman igual».