Que entre el equipo de gobierno de la Junta Central Fallera y una parte de la asamblea de presidentes hay una confrontación larvada desde hace, aproximadamente, un año es incuestionable. Que la reprobación aprobada el pasado martes es un hecho relevante e intrínsecamente grave también. Y que marca un antes y un después en la legislatura fallera también. Esas son algunas de las conclusiones que se extraen tras la reunión en la que el equipo de gobierno de la fiesta, y especialmente el presidente Pere Fuset, perdió por 134 votos a 85 la moción.

Al acabar la reunión hubo asambleistas que, en los pasillos, celebraron la victoria como si de un partido de fútbol se tratara, pero también quedaba la sensación de que el escarmiento había sido muy duro. No fue una victoria ovacionada. Nunca se había reprochado de esta forma a un presidente de la JCF, pero tampoco éste había hecho un acto de contricción tan extenso, asumiendo el error de que se oficializaran las reglas de protocolo de las falleras mayores (las preexistentes y las añadidas). Y a pesar de las peticiones de relajar la situación que hicieron miembros significados —Pedro Pons, Jordi Palanca, Miguel Prim...—, la reprobación fue inevitable.

Y la consecuencia inmediata es el aumento de poder de la asamblea de presidentes. Quedó la sensación de que el parlamento fallero, si quiere, puede tener una cuota de poder mayor que el de su tradicional apatía. Pero la asamblea también ha quedado fracturada. Por sensaciones —como diferentes eran los estados de ánimo entre los que celebraban, discretamente o no, la victoria, y los que lamentaban lo que consideraban un linchamiento excesivo— y por números: si el año pasado, exigir la inclusión de los versos no normativos se ganaba por 127 a 9, la diferencia de 134 a 85 del martes habla de una suavización de la tendencia y de una implicación sin abstenciones. También es cierto que, hace doce meses, la votación era «o versos o nada» y ahora era «o versos o concurso pactado», que sonaba mejor.

La asamblea reprobó por verse lesionada en sus atribuciones y competencias. Esa es la cuestión de fondo. Pero, a la vez, la asamblea también sale fortalecida en su poder. Porque ha visto de lo que es capaz y porque Fuset se comprometió, en su discurso, a no escatimarle las atribuciones que le corresponden por reglamento y le «toman la palabra». No falta el componente político: el asesor Luis Salom (PP) ha estado especialmente activo estos días contra Fuset y algunos partidos sin representación han hecho comunicados censurándole. Hasta qué punto el movimiento censurador es sinceramente apolítico y no radical pondrá a prueba también su credibilidad.

Viaje a Addis Abeba

El «lo aceptamos. Es el resultado de los errores cometidos y espero que nos sirva para pasar página» que dijo Fuset al acabar la asamblea es la expresión de alguien dolido y tocado, a quien el futuro inmediato le puede dar las oportunidades para recuperar el terreno perdido. Cómo se desarrolle la próxima asamblea marcará ese camino. Ahora, tanto él como el secretario general José Martínez Tormo marcharán a Addis Abeba para estar presente en la reunión de la Unesco donde se decidirá la histórica inclusión de las fallas en el Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.