Se puede presumir de hija exhibiendo una foto orgulloso en un despacho de la zona noble de una torre de oficinas. Pero tiene mucho más sabor exhibir, con el mismo orgullo o más, la foto de Silvia Vicent en el puesto de aves y charcutería de Miguel Vicent, en el Mercat del Cabanyal. Y así, Miguel recibe ahora felicitaciones y le desean suerte para el futuro inmediato de su hija, que será una de las 73 finalistas en la Fonteta. Ilusión para los próximos dos meses en una familia que, por la rama paterna, es «cabanyalera» hasta la médula.

Tanto, que si Silvia no era fallera hasta hace nueve años es porque «tenía que elegir entre las fallas, que desde siempre me habían gustado porque tengo tías y primas en San Vicente-Periodista Azzati» o la Semana Santa, de la que perteneció a la hermandad Jesús con la Cruz y Cristo Resucitado, donde era personaje: «Yo era Judit», puñal en ristre para recordar cómo le rebanó la cabeza a Holofernes. «Cuando ya empecé a trabajar me apunté también a la falla. Fui a la de mi pareja y amigos». A Ingeniero Manuel Maese-Cristóbal Llorens, lo que supone cruzar la frontera hasta la Malva-rosa. Y precisamente por esas posibilidades también se lanzó a ser fallera mayor de la comisión. «Era el momento, sólo me presenté yo y me nombraron para así vivir un año excepcional e inolvidable». Valga la redundancia, trabaja de administrativa en una empresa administración de fincas. Ahora podrá administrar las emociones que empezaron con el primer día del mes de julio. Es de las preseleccionadas más madrugadoras.

Si sale elegida, la comisión más al norte de los Poblats Marítims recuperará el gusto por la corte, que echa de menos desde 1999 con Jessica Collado, su única presencia hasta el momento en el cuadro de honor.