Mientras en Valencia aún no nos ponemos de acuerdo sobre el origen de las fallas (fuegos paganos, San José, carpinteros, costumbres huertanas...), en Inglaterra lo tienen mucho más claro: había un tipo, allá por 1605, llamado Guy Fawkes, que intentó hacer saltar por los aires el parlamento, matar al rey James y hacer triunfar al catolicismo. Fawkes y algunos de sus correligionarios fueron detenidos, torturados y ajusticiados. Y es fácil suponer que, cuatrocientos años atrás, no se andaban con chiquitas a la hora de castigar a un regicida.

Como eso tuvo lugar un 5 de noviembre, la ciudadanía empezó a celebrarlo a lo grande (de hecho, se convirtió la efemérides en una fiesta de precepto). Y desde mediados del siglo XIX. Desde entonces, la Noche de Guy Fawkes conmemora la zurra que le dieron al hombre, o lo que quedara de él, en una celebración que tiene muchas semejanzas con las fallas. Efigies del conspirador, los «Guys», son lo más parecido a los ninots falleros. Se les prende fuego en una pira realizada con trastos viejos que recogen generalmente los niños (¿les suena?). Y, por si fuera poco, existe otra concepción alternativa, en la que el objeto a quemar no es el retrato del personaje en cuestión, sino que se compone una escena inspirada en una crítica social o política, levantadas sobre un «cadafal».

Los paralelismos son absolutos, puesto que la fiesta se completa con el disparo de espectáculos pirotécnicos, con la salida a la calle de la gente, la instalaciones de atracciones feriales y, en definitiva, con una algazara general que se complementa con la degustación de una pequeña gastronomía diseñada ex profeso para estos festejos, casi toda ella dulce, aunque una buena parte de los que disfrutan de la fiesta lo hacen ingiriendo alcohol.

De la misma manera que las fallas se extendieron desde el «cap i casal» a otras poblaciones de la Comunitat Valenciana, estas fallas británicas también lo han hecho, pero en este caso a países del antiguo imperio. Y también genera una pequeña industria turística.