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Frontones, expolios, discotecas y un proyecto de parador nacional

Desacralizada en la década de los 70, la cartuja ha sufrido varias intervenciones, muchas de ellas polémicas

Corría el verano de 1975 cuando el periódico Levante publicaba la noticia de la venta de la cartuja de Ara Christi al abogado y constructor José Llobell Muedra. Desde 1926 y hasta 1971 (con la excepción de los años de guerra civil, cuando se utilizó como hospital de sangre) el cenobio había estado ocupado por las Hijas de la Caridad de San Vicente Paul. Y en 1973, mientras permanecía cerrado, el Consejo Sindical de Sagunto había solicitado a la Diputación de Valencia que se hiciese cargo del monumento para salvarlo de su desaparición.

Una vez «desacralizado», el nuevo propietario se comprometió a «conservar y potenciar el conjunto histórico-artístico» y «devolverle su antigua prestancia y esplendor». Para ello, la intención de Llobell era crear una institución sociocultural que impulsara la instalación de un museo de bellas artes e incluso convertir varias de sus estancias en un parador nacional.

Pero ninguno de los proyectos de Llobell llegó a realizarse. A primeros de los 80 el conjunto era propiedad de Salvador Benlloch, presidente del Real Automóvil Club de Valencia, asociación que quería convertir Ara Christi en su club de campo y así «conservar un edificio que se ha visto abandonado, asaltado y expoliado desde hace muchos años». Pero el coste de esta «conservación», que se cifró en unos 500 millones de pesetas, lo quiso cubrir el RACV con lo que pagasen los socios por usar el polideportivo que construyeron en su interior, gran parte del mismo de forma ilegal. Finalmente, el RACV tampoco rehabilitó el conjunto religioso pero el recinto ya tenía piscina, pista de tenis e incluso frontones que tapaban la visión del monumento.

Es en 1991 cuando Ciudadela de Inversiones adquiere la propiedad de la cartuja. «Cuando llegaron ya lo habían expoliado todo, las cerámicas, los azulejos...», recordaba ayer Narciso Vicente. Una de las primeras decisiones fue derribar los frontones. Su intención era convertir la cartuja en un complejo de ocio, especializado en eventos y bodas, y se inició, por fin, la rehabilitación de la cartuja con un plan director aprobado por la Generalitat. Aún así, expertos como el profesor Albert Ferrer han criticado algunas actuaciones como la instalación de una discoteca para las bodas en la antigua iglesia o su cubrición con pintura plástica.

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