Tampoco ha sido este un buen año. Mirando desde sus inicios, vemos que han desaparecido algunas amigas y amigos de los más queridos. Y ese, la orfandad, es el sentimiento que nos invade al hacer un análisis retrospectivo de lo acontecido. Aunque sabemos que la muerte va ligada a la vida, y son indisociables, no por ello nos acostumbramos a la desaparición forzosa de nuestra gente, esas mujeres y hombres a los que hemos querido y recogido parte de su cariño. Es así que en épocas como ésta nos acecha la melancolía por la ausencia de personas tan necesarias para nuestra existencia. Por otra parte, es cierto que la acumulación de afectos, la mayoría de gente que ya no está, es la que nos ha traído hasta donde nos hallamos. Esos afectos nos han hecho crecer.

En ese patrimonio afectivo están los sinceros abrazos, los encuentros a cualquier hora y las tertulias vespertinas con Francisco Albuixech, don Paco, el cura de San Pedro. En aquellos diálogos razonados y educados, prevalecía la amistad por encima de alguna posible diferencia, era más bien la parsimoniosa escucha la que había que prodigar. La lentitud de las palabras plenas de contenido para asimilarlas y pensarlas.

Es cierto que ya no podremos evocar al común y querido amigo, Juan Camarena, ya caído. «Solamente nosotros hablaremos y recordaremos a Juan», eso nos decía Paco. Quizá sea así, pues el amigo Juan no era un saltimbanqui de feria ni un botarate de la vida pública. Pero no puede ser totalmente así, pues las personas buenas y sabias no deben caer en el olvido. Es nuestra obligación moral recordarlas, nombrarlas y seguirlas queriendo a pesar de su ausencia.

Con el paso de los días y las noches, el tiempo nos recuerda quiénes somos o no llegamos a ser. Y arribará esa etapa en la que lo porvenir será muy inferior a lo pasado. Seguramente la sensación que nos agobiará será la de dejar sin acabar nuestros proyectos, pero nunca se podrán terminar todos ellos. Nos puede satisfacer el rigor por el trabajo realizado, la duda intelectual continua por avanzar en nuestra comprensión, y sobre todo el cariño otorgado y, en especial, el recibido. Y en ese campo de las satisfacciones estará nuestra relación con don Paco.

Recordaremos al amigo Paco Albuixech en su inteligente escucha y su cálida acogida, su casa estaba siempre abierta para atendernos. Fue un sacerdote formado en los años de preparar y materializar el Concilio Vaticano II, aquel ventanal inmenso de aire fresco, no sólo católico, para la sociedad. Por ello, no fue un tradicional ni conservador cura de sotana, sino que vivió siempre con los ropajes de la gente del pueblo, y no estuvo encerrado durante su formación en esos recintos herméticos de los seminarios, al contrario, convivió con sus compañeros en pisos compartiendo sus vidas con los vecinos corrientes. Todo ello, adobado con su sencillez, le otorgó una cercanía como hombre a los problemas de sus semejantes. Y así comprendió desde el principio las luchas de los trabajadores de Sierra Menera por salvar su trabajo y su empresa, o las justas reivindicaciones de los siderúrgicos de la IV Planta apoyándoles en su encierro parroquial, y colaboró y se sumergió con gozo en el espíritu de aquel equipo sacerdotal progresista de Puerto Sagunto. Esa fue otra escuela para esos sacerdotes, el esfuerzo diario por conocer y vivir las necesidades de sus convecinos. Saber de sus sufrimientos y sus luchas, sus sueños truncados y sus alegrías. Se trataba de captar los signos de la época y estar a la altura de las personas.

Cuando transcurra el tiempo, se adelgace permanentemente el futuro, y el pretérito lo llevemos a diario colgando cada vez más notablemente a nuestras espaldas, será cuando se reafirmarán más y más esas palabras del sabio que fue Norberto Bobbio: «Las satisfacciones más duraderas de mi vida no provinieron de los frutos de mi trabajo, pese a los honores, premios y distinciones recibidos, agradecidos aunque no ambicionados ni solicitados. Provinieron de mi vida de relación, de los maestros que me educaron, de las personas que amé y me amaron, de cuantos siempre han estado a mi lado y ahora me acompañan en la última vuelta del camino».

Por todo ello, queremos decirte en esta despedida: «Gracias, amigo Paco, por haber estado ahí, gracias por todo».

Nota.- En Puerto Sagunto a 29 de diciembre de 2017, mirando hacia el día 5 en que falleció don Paco. Francisco Albuixech Estarlich (1935/2017) fue sacerdote coadjutor de Nuestra Señora de Begoña de 1972 a 1974, y sacerdote párroco de San Pedro de 1975 a 2017.