Así como la última víctima de la Inquisición fue un maestro valenciano y deísta (Cayetano Ripoll), mucho antes de que el pringue de Gürtel atrapara en su liga a toda clase de pajaritos y pajarracos –¡Eso sí que es un parany!–, el conseller Font de Mora (poeta del formol) y Alfonso Rus (todos los enemigos de la sensatez son muy animosos) ya habían chocado con los maestros. Desde Berkeley a Tian An Men, los cambios de ciclo son anunciados por una crisis en el delicado sistema de transmisión de conocimientos y valores que llamamos escuela (de eso va, también, el Ágora de Amenábar).

El otro día estuve en Gandia con los maestros de STEPV en una fiesta en honor de los jubilados del sindicato y para conmemorar sus primeros treinta años y los de su órgano de prensa, la revista Allioli. Treinta años es un tramo cronológico como para husmear, un poco espantado, tu propia amortización y mi compadre Manolo Jardí y yo mismo, nos pusimos melancólicos. Para sortear la trampa de la melancolía, el contacontes Llorens nos soltó un buen chiste: «Li diu el jubilat al nostre Senyor. Senyor, si m´ has llevat la potencia, ¡Lleva´m l´ afició!».

Incluso en Francia, donde en cualquier aldea el edificio más bonito y mejor mantenido suele ser la escuela republicana, corren malos tiempos para el espacio público y el principio democrático de la igualdad ante la ley. El presidente Sarkozy ha puesto al frente del barrio pijo de La Défense a su hijito –un gandul que no ha pasado de segundo de Derecho–, donde las hormigoneras actuales y las plusvalías futuras ya se han posicionado. Lo mejor de aquel movimiento de maestros fue su genuina y creadora rebeldía; lo peor, la corrección política que se empeñan en practicar algunos epígonos particularmente desmayados. El neoliberalismo triunfante en el planeta ha logrado sustituir el Parlamento por la televisión y el maestro por el entrenador de fútbol. Nunca fue menos apreciado el conocimiento que en la Sociedad del Conocimiento. Dime de qué presumes