Uno de los tabúes que no suelen tocar los piadosos análisis de la crisis económica es la responsabilidad del pueblo soberano en sus cuitas particulares y generales, sí. No sólo los financieros sin escrúpulos y los abyectos banqueros especularon, pues también las honradas masas no lo fueron tanto en lo que se refiere a contraer deudas, comprar con dinero ajeno, vivir del crédito, recalificar terrenos, revender pisos y hasta señales o reservas, jugar a la Bolsa y demás timos piramidales y otros pecadillos. Nada como las drogas para acabar con una carrera y dice el señor Bauman que vivir de las tarjetas es para algunos una adicción mucho más seria que la dependencia de la heroína.

Así que no me extraña que ahora no nos guste nada Zapatero. Ya decía el Sade de Peter Weiss que lo primero que el zapatero espera de la revolución es vender más zapatos. Y nosotros cambiar de zapatero. Por eso no me extraña que tres cuartas partes de los encuestados lo desaprueben: aunque sean los mismos que le dieron la mayoría dos veces, la última hace muy poco, alguien debe tener la culpa. Y todo por la naturaleza conyugal de las relaciones entre electorado y políticos de cartel. Salvo que en los debates salgan a relucir los cuchillos jamoneros, las trifulcas matrimoniales contienen en sus excesos el germen de ardientes reconciliaciones.

Y en todo caso, existe el divorcio, pero tampoco eso les colma y han declarado que Rajoy es un pretendiente que no ilusiona. Pues que sepan que hay vida más allá del bipartidismo y que gobiernos de cuatro y cinco partidos son muy comunes en la Europa civilizada de la que algún día formaremos parte.

Las elecciones sólo son trascendentales para quien pierde o gana despacho, de ahí que el PP se presente ahora como Partido Proletario (¡Compañero, únete!). Hagan como esos jueces que se refugian en la ignorancia: les recortan el sueldo un diez por ciento pero ellos anuncian que reducirán la productividad un 33% lo que asumido como error contable es sin duda justo y equitativo, que ellos son de letras.

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