Cada vez hay mas conejos. No es ciencia; solo simple observación. Las carreteras secundarias están llenas de los restos de minúsculos roedores atropellados. Si se circula de madrugada y en tramos de poco tráfico, es posible verlos huir, escurridizos, cuando logran eludir la fatal atracción de los faros. Hace años, décadas, que no ocurría algo similar. Probablemente tenga algo que ver esta abundancia con la plaga de «nuevos» conejos, cuyo origen es todavía incierto para los científicos—¿Es el conejo de toda la vida, más resistente a la mixomatosis y la hemorragia vírica, o se trata solo de una variedad?—, pero que se extiende imparable por toda la vertiente mediterránea.

Los ecólogos esquivan pronunciarse sobre la «revolución» que puede suponer este cambio. Cabe recordar que el conejo está en la base de la cadena alimentaria de decenas de especies que se han resentido de la escasez de conejos. En este bloque se encuentran las grandes rapaces como el águila real y el águila imperial, aunque no exclusivamente. El aumento de la población de conejos puede hacer también que un animal casi totémico como el lince recupere parte de sus antiguos territorios.

Seguro que se están haciendo estudios sobre los cambios que vienen y que serán inevitables con la tendencia poblacional actual del conejo, aunque reina la cautela. Podrían equivocarse, claro, pero algunos signos ya son visibles. Uno de ellos es la presencia creciente de zorras —quizá deberíamos escribir zorr@s para ser políticamente correctos— en las carreteras. El zorro/la zorra tuvo su ocaso con el éxodo rural cuando se quedó sin corrales para depredar; un fugaz amanecer con los vertederos mal gestionados, donde se alimentaba; y un nuevo declive hasta que el conejo, su víctima, recobró protagonismo. La revolución está en marcha, pero no sabemos cómo acabará.