El otro día, el presidente reconoció las contradicciones con las que inevitablemente vive un individuo de izquierdas cuando se ve obligado a tomar decisiones distintas y contrarias a sus principios. Entiendo al presidente, pero esa justificación de que hay que hacer lo que hay que hacer deja al «ser» hecho unos zorros, quiero decir que si un simpático hace lo mismo que un aburrido no se entiende la diferencia entre ambos. En fin: ¡qué suerte tienen los que son de derechas que pueden ser vírgenes practicando el celibato y no los de izquierdas que son promiscuos sin comerse una rosca!

No es que me sume a la cacería, pero las declaraciones de Zapatero tras las primarias de Madrid, plantean dudas. «No podemos tener siempre razón, quien gana es el mejor», dijo. En realidad, sin embargo, siempre podemos tener razón, otra cosa es que haya otras y mejores que la nuestra. Por otra parte, y aunque pudiéramos estar de acuerdo en que cuando compites lo mejor es ganar, no necesariamente quien lo hace lo es. Además podría darse el caso, en otras circunstancias, de que el mejor perdiera, siendo así el mejor peor. En una cosa estamos de acuerdo: se equivocó cuando le pidió a Tomás Gómez que no compitiera. ¿Y aquí, las primarias? Pues eso, estamos como al principio. Fenomenales.

En la apertura del XVIII Congreso Internacional de la Familia, que se celebró en el Palacio de Congresos, intervinieron Camps, Mayor Oreja y Barberá. Uno acusaba a los relativistas de debilitar a la familia como institución; la otra defendía a la familia como elemento natural e institución insustituible; finalmente Él exclamaba: «Basta ya de intentar distorsionar lo obvio, lo real…valores como la familia, la vida, la libertad y el individuo». Los tres hablaban de «la familia» (el uno encaramado al cerro numantino de la familia en sí; la otra aferrada a una «institución natural», valga la paradoja; el Otro reduciendo lo obvio a lo real, siendo otra la realidad y otras, por tanto, las evidencias) sin más aclaraciones, y de un peligro, ataque o distorsión que nadie percibe, porque, puestos a defender lo obvio y lo real, la familia como institución goza de una salud espléndida y de una diversidad y plasticidad enriquecedoras.

Los cursos de educación sexual en los centros de enseñanza, según el Arzobispado de Valencia, ofrecían «una visión muy reduccionista del ser humano»: sólo hablaban de sexualidad. Ahora, la Generalitat los ha suspendido y está «rediseñando los contenidos»: ¿de qué tratarán los nuevos cursos de educación sexual?.