Los mineros chilenos han emergido desde la caverna platónica hasta la celebridad superficial. Han regresado a la vulgaridad. Un centenar de imagólogos con cátedra han diagnosticado su difícil transición de persona a personaje. Debieron aplicar ese reglamento a sus eruditas apariciones televisivas, donde se mostraban como ectoplasmas cansinos a quienes hubiera beneficiado una estancia dilatada a 700 metros de profundidad.

En cuanto a los mineros de Atacama, no hay que preocuparse por su gestión de la fama. Los expertos olvidan que todos los seres humanos nacen con un órgano especializado, para la hipótesis de un súbito acceso a los focos. Somos media savvy, hemos adquirido la sabiduría mediática gracias a las sucesivas ediciones de «Gran Hermano» y sus secuaces. A quienes se obsesionan por la aclimatación de los picadores a los platós, les preocupa en realidad la democratización de la celebridad. Los celosos guardianes del clasismo no permanecerán impávidos ante la invasión de 33 desharrapados.

Los requisitos argumentales se cubren también con creces. Los mineros con más de una mujer llorándoles en la superficie ofrecen un material inmejorable para interrumpir las comidas, siestas y actos sexuales de la burguesía planetaria. Desde antes de que fueran catapultados a la superficie, con un mecanismo que hubiera hecho las delicias de Woody Allen en El dormilón, los vigilantes de la moral les reprochaban que se enriquecieran con su drama. Un experto cobra por articular obviedades insípidas sobre el rescate, pero los resucitados deben guiarse por el altruismo a riesgo de volverse a hundir, ahora en la codicia. El capitalismo descubre su sentido del humor cuando juega a moralista.

Por si acaso, sentenciaremos que los mineros tienen todo el derecho a extraer un rendimiento económico de su peripecia, al igual que hacen novelistas, cineastas o Ingrid Bettancourt. Denunciar que el precio enturbiará la sinceridad de la alegría universal por el rescate, equivale a acusar a Bruce Springsteen de hipocresía, al enterarse de los miles de euros que cobra por minuto de autenticidad sobre el escenario. Los protagonistas de la noticia explotan a los periodistas, qué bella inversión del orbe mediático. Y como se afirma de los futbolistas sin pestañear, su carrera es corta. Nadie querrá pagar por un minero chileno así que pase un año.