El psicoanalista Lacan llegó a ser propietario del cuadro El origen del mundo, de Courbet, un glorioso pubis femenino, que colgó en su casa de campo, aunque oculto por una versión dulcificada de André Masson, como antes lo estuvo por un paisaje del propio Courbet. Hoy es una de las joyas del Museo de Orsay y la postal que lo reproduce es una de las más vendidas en la tienda de memorabilia. Y es que las fronteras entre lo decente y lo obsceno, visto lo que hoy hacen algunos artistas visuales, se han desplazado.

Sin embargo, el Ayuntamiento de París, administrador del Museo Moderno de la Villa, acaba de prohibir la entrada a la exposición del fotógrafo Larry Clark a los menores de 18 años, dado el contenido sexual o de hábitos insanos de muchas escenas protagonizadas por adolescentes. El catálogo ha tenido incluso que ser impreso fuera de Francia para evitarle problemas a las casas editoras. En la decisión ha pesado el procedimiento judicial, aún no concluido, contra el director del Centro de Arte de Burdeos que hace diez años organizó la muestra «Presuntos inocentes», con obras de Goldin, Mapplethorpe y otros, denunciada por una asociación ciudadana por mostrar imágenes violentas y pornográficas a menores.

En Valencia, Larry Clark expuso en la Sala Parpalló en 1994, con Nobuyoshi Araki, y las críticas en prensa sólo hicieron que aumentara el número de visitantes. Quizás recuerdan también las muestras de Mapplethorpe en galerías privadas y oficiales que merecieron una celebrada portada de una cartelera de espectáculos, cuando una exposición semejante en Estados Unidos originó un enconado debate sobre las ayudas oficiales a la creación artística. Nan Goldin fotografió la noche valenciana y la incorporó a su «Balada de la dependencia sexual» mostrada en la Universitat, sin que nadie alzara la voz indignada.

La primera Bienal de Valencia se limitó a informar discretamente del contenido explícito de las obras de algunas salas, como la del vídeo de Serrano o la de Erwin Olaf, excluidas del itinerario inaugural de la reina. También en Castellón se realizaron, sin pena recordada, las muestras «Héroes caídos» o «Micropolíticas». La comparación pudiera parecer que nos es favorable en términos de libertad de expresión y acceso a la creación actual. Pero sólo si no tenemos en cuenta que se trata de momentos diferentes y olvidamos episodios de censura de exposiciones como los de Teresa Arcos en el ayuntamiento de Valencia, de «La Mancha Revolution», en la sala La Metro de Ferrocarrils de la Generalitat, de fotografías de prensa en el Muvim, que motivó la dimisión del director del museo, o el asunto «Poéticas de la Violencia» en Espai d´Art de Castelló que le valió a Manuel García la rescisión del contrato de dirección del centro.

Así que la tentación intervencionista y censora de los políticos con mando en plaza existe y se activa al menor ruido de cucharillas de los Tea Parties. Si en Francia están rasurándose las barbas, aquí ya hace tiempo que las tenemos a remojo. Espero, sin embargo, que no se descuelguen del Museo de Bellas Artes El guardavía o Los juegos icarios de Pinazo, o, por violentos, tablas y cuadros de martirios.