Ha sido un auténtico castañazo de proporciones históricas. Un correctivo que no deja lugar a dudas, excusas, disimulo o ignorancia de la realidad. Ni por supuesto se puede paliar echándole la culpa al Partido Popular y a Rajoy. Dejemos al PP y su líder para otra ocasión, que, dada la dinámica de las cosas, pronto les puede tocar el difícil cometido de tomar decisiones que afecten al presente y al futuro de los españoles. Un Rajoy que o espabila y saca a relucir sus tan escondidas capacidades políticas, o sufrirá a las primeras de cambio un sabaneo sin contemplaciones. Que este pueblo aguanta mucho, pero esta ya harto de falsas promesas y de políticos incapaces de administrar un país en crisis. El huevo que aterrizó en la cabeza del diputado Iceta la noche electoral puede ser para los políticos sin talla ni espíritu de servicio «el principio de una buena amistad», como decía Claude Rains en Casablanca.

Porque ni Zapatero, ni Montilla, ni Mas, ni Rajoy, ni sus respectivos partidos, son acreedores ni de la milésima parte del respeto que merece el país que entre todos se están cargando. La jornada electoral en Cataluña es la prueba del nueve de que los ciudadanos de este país están ya hasta el gorro de profesionales del chollo, la prebenda y la mentira. Y no les duelen prendas para salir al paso de los ardores anticonstitucionales que tienden a utilizar el poder como arma para hacer mangas y capirotes de la legalidad vigente en beneficio propio. Mas en Barcelona y Rajoy en Madrid deben aplicarse el cuento y recordar aquello de «cuando las barbas de tu vecino veas pelar…» Porque el descalabro del partido socialista, de Esquerra Republicana y del comunismo en las elecciones autonómicas de Cataluña, ha sido un aviso a los que caen en la tentación de creer que se pueden pasar por el arco de triunfo la voluntad popular, hecha letra en la Constitución que votaron una inmensa mayoría de los españoles, incluido el censo electoral de la tierra de Balmes, Pompeu i Fabra y Salvador Espriu.

El tripartito es ya un mal recuerdo para los hombres y mujeres libres de este país. El pueblo de esa parte importante de España llamada Cataluña, ha demostrado que los españoles ya no son democráticamente menores de edad, y saben rectificar las barbaridades que hacen sus políticos. Las elecciones catalanas han sido la constatación de que no se puede jugar con fuego. Que cuando un pueblo sale de una dictadura pura y dura, no está dispuesto a aceptar sin resistencia que un grupo de aprovechados, que hacen profesión y cauce de enriquecimiento de su militancia política, bastardeen los principios democráticos y se erijan en dictadores, utilizando hasta los pactos contra natura para mantenerse en la bicoca. El andaluz Montilla ha fracasado estrepitosamente. Su desprecio a la Constitución y al Tribunal Constitucional, así como la traición a sus orígenes, a su lengua y a sus ideas, no le han servido para convencer al pueblo catalán de la veracidad de sus efluvios independentistas. Lo dejaron hacer y lo utilizaron pero no engañó a nadie, y, aunque para ello se erigiera en el Torquemada de la Fiesta Nacional en Cataluña, y chamullara un catalán macarrónico que daba grima oírselo, le ha servido de poco. Ni la fantochada de exigir en el Senado un traductor de catalán, ni el establecimiento de embajadas de opereta en medio mundo, consiguieron que nadie, de Vinaroz para arriba, creyera jamás en su catalanidad. España, y por ende Cataluña, siempre pasan factura a quienes mienten y engañan para disfrutar de la poltrona, convirtiendo el poder en mamandurria. Independientemente de que, aunque él trate de disimularlo, huele ya a cadáver político. Porque Zapatero, principal responsable de sus insensateces políticas, le hará pasar como único culpable para salvar su propia piel. La fauna política es más cruel que la de la selva africana, y en ella no tienen cabida los perdedores.

También a ERC le han administrado la misma medicina, los que creía transidos de gozo con las exageradas salidas de tono de sus jerifaltes. Ahora es el momento en que Carod Rovira se debería coronar de espinas. No todo va a ser colocar amigos y familiares con sueldos millonarios. Si sería gorda la que tenia liada el tripartito –lagarto, lagarto- que los electores le han dado una mayoría extraordinaria a Convergencia i Unió, olvidándose de los casos Pretoria, Palau y de algún otro chanchullo que colea por ahí. Los catalanes, que según Pujol son todos los que viven y trabajan en Cataluña, han debido pensar que ya que les tienen que dar por retambufa, mejor que lo hagan profesionales.

El invento

Al comienzo de la transición, Samaranch, Echevarria, preboste de Nissan en España, y algunos otros del mismo palo, fundaron un partido bautizado como Solidaritat Catalana. En vista del color político de sus cabezas más visibles, anuncié el nacimiento del nuevo banderín de enganche, en el desaparecido «Noticiero Universal», en el que trabajaba, de esta manera: «Tengo un partidito, vestido de azul, con su camisita y sucanesú…» Como a Samaranch lo nombraron embajador en Moscú, y en el fondo era el motor de la idea destinada a perpetuar lo que pudiera del franquismo, el invento quedó en agua de borrajas. Tantos años después, Laporta, que fue yerno amantísimo de Echevarria -ahora ex- ha salido a la palestra política con una Solidaritat Catalana vestida con la bandera cuatribarrada y la estrella. ¿Será la misma que su ex suegro vistiera de azul? Si lo fuera, habría quedado demostrado que los partidos valen igual para un roto que para un descosido. Si será cierto, que casi todos han hecho una publicidad electoral tal que si anunciaran una casa de putas.