Era un relato o un producto de realidad? La «amistad» entre el presidente Camps y el presidente del TSJCV, Juan Luis de la Rúa, miembro a su vez de la sala que se encargó de juzgarle, ¿volaba como un mito o podía ser constatada y contrastada? El dilema partió de una frase pronunciada por el jefe del Consell. Había que buscar en el diccionario la palabra que definiera «esta leal, íntima y sentida colaboración» que superaba los lazos de amistad. A partir de ahí se organizó un temblor tectónico. Las expresiones de Camps –las que se escuchan en las grabaciones del caso Gürtel al menos– desprenden un tufillo cursi o son algo acarameladas. Los amiguitos y esas cosas. De vez en cuando recoge o dicta alguna sentencia rotunda, que promueve un sobresalto. La única noticia era que no había noticia, sostuvo hace poco a modo de breviario, evocando aquella otra paralela en intención: no hay solución porque no hay problema. El de la «noticia» ha sido, hasta el momento, su aforismo más sobresaliente, quizás análogo al de Lerma sobre el futuro de los invertebrados y las identidades culturales y uniformes: los invertebrados también pueden ser felices. (La mejor frase de Zaplana es que no existe frase, o se desconoce.) Pero en general, ya digo, suelen ser, las palabras de Camps, como muy aterciopeladas y mayestáticas, y ciertamente violinistas. Depende del campo de acción en el que se ubiquen.

De la Rúa ha negado su amistad con Camps. No se han tomado una cerveza juntos, no ha estado el presidente en su casa, no ha asistido ni a los entierros ni a las bodas de sus familiares. En fin, no se ha personado Camps en el recio protocolo que indicaría o describiría el sello de la hermandad manifiesta. De la Rúa detalla hechos que revelan la inexistencia de una unión próxima. ¿Hay que hacerle caso? El común de los mortales, ante la exhibición de esos fragmentos de privacidad, diría que sí. En cambio, desde hace muchísimos meses y a partir del comentario de Camps, aumentado y corregido por la situación procesal, la atmósfera ambiental y la sentencia favorable, el relato ha vencido por diez a cero a la realidad dibujada hoy por De la Rúa. ¿Había que creer a Camps cuando condujo su «colaboración leal» con el todavía presidente del TSJCV al plano institucional? Depende. El principal problema, decía Lyotard –si se me permite extraer al barba francés de la tumba– es la legitimación de lo que afirmamos. En el esquema del relato totalizador organizado sobre la amistad, el sujeto de la especulación estaba ya fuera de la escena real. Lo que dijera Camps (o lo que diga De la Rúa) funciona en un universo aparte. Se queja De la Rúa: traté temas de Ignasi Pla o de Antoni Such y pasaron desapercibidos.

Los relatos se superponen sin importar sus inmaduros anclajes con la «verdad». Funcionan como las leyendas urbanas o los rumores de campanario. Si el personal ha concluido que eres un asesino o que estás poseído por el mismísimo diablo, ni siquiera la justicia ha de salvarte. El linchamiento resulta oficial y contiene la autoridad moral de la masa. Etcétera. En cualquier caso, el imaginario sobre la «amistad» entre ambos personajes no ha prescrito. Poco importan, pues, las palabras de De la Rúa. Hay dos longitudes de onda. Las explicaciones del magistrado sólo viajan por una de las dos.