En la novela de Chester Himes Por amor a Imabelle —una tragedia shakespeariana— pierden todos menos el enamorado —escribo el día de San Valentín, aunque nuestro mestre d´aimadors sea el divino Dionisos— y el funerario, que se parece a ese personaje del oeste que llega de terno oscuro al final de la fiesta, terminado el duelo de titanes, a tomarles las medidas a los difuntos ¿A que tienen toda la cara de Rajoy, de esos tipos de cuello duro y sopa de fideos? Me importa un bledo que don Mariano esté triste, desolado incluso: él pudo elegir y optó por lo que quiso. Tiene el riñón almohadillado con muchos algodones y rigodones.

Hay pérdidas tan graves como la de poder adquisitivo y cada día parece más claro que, a través de los retorcidos y oscuros caminos de los ajustes financieros, el eje franco-alemán busca, en realidad, migajas de dominio sobre los países subalternos del olivo y el icono. Merkel, la prusiana calvinista, se va poniendo cachonda con las fantasías de dominación, tanto como crece la mala leche de Sarkozy porque sus paisanos no parecen dispuestos a concederle fácilmente que es el más rápido y resolutivo, la nariz más rotunda y la picha más brava: Speedy González en persona. Es muy difícil, por ejemplo, que nuestro ministro de Defensa, Pedro Morenés, tenga un minuto al día para reírse y complacerse en la alegría de servir a la patria si tiene que dedicar tantas horas a conocer la marcha en bolsa de la media docena larga de empresas de armamento y seguridad en las que tiene acciones o intereses. No se puede ser insufrible sin interrupción (Baudelaire).

Nos hemos ido acostumbrando a nuestro minuto diario de pavor, a esas ceremonias cotidianas del instante de escalofrío, a veces es todo el Telediario el que va cuajado de canguelos. No hará falta invocar la autoridad máxima de Rutger Hauer cuando con la cara del replicante de Blade runner le espeta a Harrison Ford: «¿Tienes miedo? En eso consiste ser esclavo». En eso y en estar triste. Un bardo gigante, un irlandés perdido en Manhattan, se lo dijo al joven Bob Dylan: «…Muchacho: sin miedo y sin envidia».