Como algunos todavía recordarán, Hegel afirmaba que la filosofía no es sino el tiempo presente vertido en conceptos. Hoy, apenas nada de lo que dijo Hegel importa un comino. Pero conviene darle una vuelta a esta frase. A lo mejor nos da alguna sorpresa. De entrada, la filosofía de Hegel fue abandonada por demasiado exitosa. Todo se había realizado como él había previsto, apenas con un cambio de fechas. No con Napoleón, sino con F. D. Roosevelt. Sería un ruso emigrado a Europa, que no se dejó engañar por las apariencias de la revolución soviética, quien supo antes que nadie que aquello tenía que fracasar. Así que no se creyó la variación leninista de Hegel y entendió con pleno convencimiento que lo adecuadamente hegeliano era lo que había logrado Roosevelt en los Estados Unidos y lo que había configurado Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Ese ruso, que venía de trabajar con Karl Jaspers, enseñó a algunos filósofos franceses durante los años en que Hitler tomaba Alemania. Todos aprendieron de él: Breton, Lacan, Bataille, Merleau-Ponty, Aron, Caillois y Klossowski. Se cuenta que, cuando murió, Lacan irrumpió en su casa y se llevó un libro inédito sobre Hegel y Freud.

Alexander Kojève, aquel emigrado ruso, a diferencia de Fukuyama, consideraba que Hegel había triunfado justo porque la civilización atlántica había logrado una síntesis de socialismo y de capitalismo que no tendría rival en la historia. Nadie podría superar esa fuerza del Estado capaz de enrolar a la totalidad de la población en el sistema productivo y en el sistema político a la vez. Esa generalización de derechos políticos y económicos era lo racional y por eso triunfaría. Europa debía ser eso. Hegel había acertado tanto, que era factible abandonarlo. Su filosofía era tan buena que bastaba con la realidad para asegurarlo. Esto se experimentó como una profunda liberación de la filosofía respecto de los compromisos con la realidad. Pronto, la filosofía se podía entregar a otras tareas. El gran derrotado por Hegel había sido Husserl. Cuando el joven Kojève se acercó a Alemania, evitó cuidadosamente a Husserl, como dijo en su única entrevista, vísperas de su muerte. Antes había tranquilizado a Raymon Aron acerca del simulacro de revolución que era Mayo del 68. La joven generación no se lo perdonó.

En todo caso, hay un arcanum de la filosofía del siglo XX en ese rechazo de Husserl por parte de quien se disponía a proclamar la tesis del final de la historia. Una vez que Kojève había ocupado y convertido en realidad las tesis de Hegel, la filosofía se dedicó a vengar a Husserl por aquel desprecio, por aquella derrota.

Así se abandonó aquello de que la filosofía debía ser el tiempo presente en conceptos. Lo que se tomó como esquema conductor fue lo que Husserl había llamado la variación libre, la búsqueda de virtualidades, de nuevas posibilidades, de mundos lógicos posibles, de otras operaciones subjetivas. Había una manera de escapar al mundo y sus conceptos hegelianos, y era desconocer la legitimidad y los privilegios del nuestro, del presente. Como Husserl había considerado que Hegel servía para legitimar el descarrío de la razón europea, y como su discípulo Heidegger había radicalizado esa interpretación, la filosofía francesa comenzó a preferir hablar del presente como mero punto de partida de aquello de lo que teníamos que liberarnos.

El prestigio de lo que podía ser de otra manera, de lo virtual, de lo posible, de lo despreocupado, se alentó con el sencillo gesto de la nueva divisa: la Deconstrucción de la historia europea. Se trataba de mostrar que una nueva libertad era posible si se regresaba a una situación en la que el presente no era reconocido como la meta. Sospechoso, contingente, si era el que era, se debía a su violencia sobre otras posibilidades iguales o preferibles. Así, los discípulos de Husserl y de Heidegger se vengaban de una realidad que sólo un hegeliano como Kojève sabía manejar, con sus tarifas de comercio internacional, su invento del IVA y sus dictámenes para el FMI, con sus secretos contactos con el régimen de Stalin, seguramente como doble agente. Lo que nos ha quedado de todo esto es una preferencia por lo que no es como la realidad efectiva, en su totalidad. Defender lo existente quedaba para los funcionarios cínicos hegelianos. Afirmación o negación. Amigo y enemigo. De la crítica concreta, objetiva, apenas nada. Muchos de los que se entregaban a la Deconstrucción como forma filosófica se veían a sí mismos comprometidos con la izquierda, pero en realidad no tenían ningún motivo para pensar así. Su apuesta por lo que era una enmienda a la totalidad de la historia, un regreso a las formas previas de todo lo que pudiera ponernos en camino de reconciliarnos con el presente, sirvió para despreciar a los filósofos estilo Kojève, pero no podían ofrecer nada capaz de resistir la ofensiva de las brigadas demoledoras de derechos, libertades, ideales, exigencias y conquistas que anunciaban.

De la misma manera que Hegel tuvo sus funcionarios, así la Deconstrucción tiene los suyos. Si Kojève pensó que él manejaba los hilos de la razón histórica, ahora la Deconstrucción moviliza sus funcionarios, los agentes históricos del liberalismo realmente existente, y nos hacen regresar de verdad a los tiempos que todavía tienen que luchar por encontrar un ideal en el futuro. Es posible que Kojève tuviera la misma relación con Hegel que estos funcionarios de la disolución de la historia tienen con la Deconstrucción filosófica. Pero no cabe duda de que no tenemos otra cosa que los conceptos para manejar la realidad.

La consigna filosófica de la Deconstrucción no puede carecer de consecuencias. Los que se han pasado décadas hablando de ética de la empresa están callados como oráculos y los que han hecho literatura sobre la responsabilidad como una ficción innecesaria pueden recoger una buena gavilla de ejemplos de su tesis. Basta mirar el busto silente de Olivas, como si no hubiera roto un plato. Pero con todo, ese blablablá no hacía sino ocultar lo que otros hacían. Ofrecían conceptos ideológicos porque no permitían identificar a los actores, sino que los camuflaban. La Deconstrucción no es ideológica. Es filosofía auténtica. No oculta lo que se hace. Pero tiene consecuencias. En realidad, ha preparado a los espíritus y los ha orientado hacia lo que se debe hacer. Por eso se ha expresado el tiempo presente en conceptos. Hemos alumbrado el tiempo de la Deconstrucción y ahora sabemos lo que significa. Su victoria, afortunadamente, como sucede con los vencedores, sólo se dará una vez. Ante nosotros, sin embargo, de nuevo la situación de urgencia pronto impondrá otras consignas.