Para hablar de la ola de calor de finales de junio, el adjetivo de lo extraordinario creo que es el que más se puede adaptar ya que se sale de lo ordinario sin ser necesariamente excepcional y mucho menos insólito, ya que estos dos últimos calificativos deberían ser aplicados de forma más restrictiva. Lo que más llamó la atención fue la duración, la extensión territorial, las mínimas alcanzadas y el hecho de que se diera en junio y no en julio y agosto, meses normalmente más propensos, aunque no es en absoluto insólito que se puedan dar en ese mes. Se da además el agravante de que la gran duración del día hace que las máximas duren más horas que en julio y, sobre todo, que en agosto, y también, como hay pocas horas de noche, las mínimas no tienen tiempo de bajar, especialmente en zonas urbanas. Se puede haber batido algún récord para el verano, aunque no es muy probable, pero sí puede haberlo hecho en el caso del mes de junio, siempre contando con que se hayan medido en termómetros homologados y con una serie de años de referencia válida superior al menos a los 30 años, porque, sin esa condición, la consideración de récord no sería válida y siempre habría que insistir en que hablamos de temperaturas registradas y no de valores que no se han dado nunca, porque en la mayoría de observatorios la medición homologada de temperatura no va más allá de los 50 años y, en unos pocos observatorios, de los 100. En ningún caso hay que fiarse de los termómetros de calle, casi siempre mal ubicados, y de la memoria oral de «los más viejos del lugar», tan recurrente, porque la memoria climática es pésima y ya nadie recuerda, por ejemplo, que hemos tenido este mismo año uno de los meses de febrero más fríos desde que hay registros.

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