Los estanques de tormentas, depósitos habilitados como gigantescos aljibes subterráneos para la recepción de aguas de lluvia, se han extendido rápidamente por toda la geografía española. El diseño de los primeros «tanques de tormenta» llegó desde California, pionera en trasvases, de-salinizadoras y otras tecnologías relacionadas con el agua, y desde allí se ha extendido por todo el mundo.

Generalmente, los depósitos no tienen como objetivo almacenar agua para darle después otro uso. Su verdadera razón de existir es evitar las descargas violentas de agua en los sistemas de saneamiento. En España, la red separativa €lluvia por un lado; residuales por otro€ es un lujo que pocas ciudades se pueden permitir, aunque su implantación tiene un gran futuro. Cuando llueve en régimen de tormenta, el agua recoge todos los contaminantes, muy tóxicos, de las calles €a veces acumulados durante varios meses€, colapsa el alcantarillado y llega a las depuradoras mezcladas con las aguas residuales. El volumen de agua es tan disparatado, que se vierte sin depurar por los rebosaderos y llega a los cauces con los efectos propios de un vertido en toda regla. Los tanques de tormenta retienen el exceso de caudales y permiten que el agua sea depurada paulatinamente en días posteriores. Sentido común aplicado al agua.

No hay ciudad española que no se precie ya de tener uno o dos de estos reservorios. Para algunos gestores de la cosa pública, disponer de un «tanque de tormentas» €hay que reconocer que la combinación de las palabras «tanque» y «tormenta» suena de lo más rotundo, nada que ver con el «depósito de pluviales»€ se ha convertido en algo así como un salvoconducto, un certificado de buena gestión hídrica. Da igual que en los parques de esa misma ciudad se riegue con agua semipotable, que la red esté hecha un colador o que los estanques carezcan de un mínimo sistema de depuración y se vacíen y llenen constantemente. En todo caso, bienvenidos sean el sentido común y estos tanques por el mal que evitan.