Los mayas predijeron que el mundo se acabaría en 2012. Evo Morales ha decidido que la Coca Cola se acabe en Bolivia ya, por si acaso no se cumple la profecía y la gente sigue disfrutando de la chispa de la vida. Va a impedir su distribución. Los autócratas prohíben los partidos. Morales impide que se distribuya la Coca Cola, que no quita la sed de democracia pero es un icono universal que él toma como mala influencia americana, En Corea del Norte pasan hambre, en Bolivia sed. No de justicia, que también, sino del dulce refresco más famoso del mundo. Cuando las barbas de tus vecinos veas cortar, pon las tuyas en la legalidad. O sea, que la Pepsi está temblando. O brincando por hacerse con el monopolio. Incluso los más anticapitalistas endulzan su ron con la cola americana, que da miles de empleos en cualquiera, todos, de los países donde se distribuye.

En Argentina se ponen enérgicos y nacionalizan el petróleo, en Rusia nos juegan con el gas, pero es en Bolivia donde hurtan a su pueblo artículos de primera necesidad refrescante. El error es creer que se puede derrotar a la Coca Cola. No lo hizo la URSS, que era un comunismo sin cafeína pero no light y no lo hará Bolivia. Evo Morales practica populismo antiyanki al estilo de los sesenta. Lo malo, no sabemos muy bien para quién, es que el imaginario colectivo no tiene ya a la famosa bebida como emblema perverso del capitalismo, sino como icono de lo cotidiano, mantel a cuadros, guiso de toda la vida y en el centro de la mesa la botella con el líquido negro que nos lleva acompañando toda la existencia y que por cierto, históricamente, hace las mejores campañas publicitarias del mundo.

Durante el franquismo, el españolito iba a Perpiñán a ver las pelis que aquí prohibía el régimen, los cubanos van a Miami a por capitalismo y libertad y los chinos a Taiwan a prosperar. Ahora, los bolivianos igual tienen que cruzar cordilleras y fronteras para poder beber Coca Cola o lo que les venga en gana. Morales va de revolucionario pero ignora que el Ché detestaba la autocracia y que el lema de mayo del 68 y de casi todo el que se precie, era «prohibido prohibir». El Gobierno boliviano planea impedir la distribución de Coca Cola y ya se emplea a fondo la diplomacia americana para que eso no ocurra. A veces, EE UU no tiene embajadores, tiene representantes comerciales. En eso son envidiables. Aquí, un Gobierno populista nos toca los Repsoles y la

reacción no es que fuera tibia o cobarde, es que fue casi nula. Será que nuestros ministros no beben Coca Cola. Las autoridades latinoamericanas han tenido de histórico gran afición a rechazar lo americano. No les faltaban motivos. Pero ahora les sobran algunas chorradas populistas. Del tipo Kichner o Chàvez. Que al menos saben que con las cosas de beber no se juega.