Los valencianos deben y necesitan saber dónde están y adónde se dirigen. Se ha otorgado el Premio Nóbel de la Paz a la Unión Europea. La Comunitat Valenciana forma parte de Europa. Es más, los valencianos, histórica y económicamente, fuimos firmes valedores del movimiento europeo. Y por si fuera poco, fuimos los paganos. Que se lo pregunten a los naranjeros.

Se ha ido evaporado el afán europeo y el voluntarismo económico de los intereses empresariales valencianos hacia Europa. Hace cuarenta años podías hacer un viaje por los países europeos, incluídos los de la órbita soviética, sin dejar de hablar en valenciano. No sólo por lo que se refiere a la lengua, sino también por lo que significa hablar el mismo idioma en cuanto a los intereses económicos y su correspondencia. Esa red que tanto había costado tejer se ha perdido y los valencianos hoy tienen una idea turística y grandilocuente de lo que significa Europa.

Ése es el marco europeo que nos concierne y en el que nos sentimos escasamente integrados. No basta con que el presidente Fabra y sus consellers vayan a Alemania a escenificar promociones comerciales o a vender apartamentos que, por cierto, en su mayoría están en manos de los bancos y ninguno de ellos con sede en territorio valenciano. Se trata de situarnos en el mapa de Europa, pero no con una chincheta, sino con el protagonismo suficiente para asumir su destino y considerar que ese Premio Nóbel también es un poco nuestro.

Nos encontramos en una crisis política española dentro de una crisis económica europea y mundial. Ésa es nuestra ubicación en el mapa y ante acontecimientos políticos de primer nivel que nos van a afectar. Se trata de las elecciones que se celebran hoy en el País Vasco y en Galicia y las catalanas convocadas para el 25 de noviembre.

Si observamos los principales medios de comunicación, la Comunitat Valenciana no existe, porque desde el punto de vista económico permanece oculta y en el escenario político ofrece un escalofriante encefalograma plano. En el conjunto de España se están configurando varios proyectos, que son como los trenes que parten hacia un destino, con sus propios riesgos y con su personalidad específica.

Los gallegos con Núñez Feijóo como líder del PP en el finisterre español, con la pretensión de laminar las ansias independentistas de vascos y catalanes. Los vascos, que gozan de los mayores logros autonomistas que permite la Constitución, van a ser gobernados con toda probabilidad por las fuerzas soberanistas con la apuesta permanente del Partido Nacionalista Vasco y la emergente de EH Bildu.

Cataluña, con un líder convergente como Artur Mas, que se consolida aceleradamente porque coincide, vaya cosa, en su discurso con las aspiraciones y la forma de gobernar que desea una parte considerable del pueblo catalán. La decisión de convocar un referéndum soberanista plantea un problema al nacionalismo español, porque carece de cobertura constitucional, podría marcar una línea a seguir por otras autonomías y además supone un riesgo en su probable impacto para la unidad de España, quizás el más grave desde el Tratado de Utrecht de 1713.

¿Los valencianos, en este conjunto de acciones y reacciones, dónde estamos y qué pintamos? ¿Quién nos pone en el mapa? Económicamente arruinados, políticamente ninguneados, empresarialmente ausentes y con una imperceptible conciencia social de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, nuestro porvenir se resume en una frase del presidente Alberto Fabra a sus consellers: «Hacer más con menos». Es posible que la solución, por aquello de ser positivos, esté más en conseguir cuanto se pueda para hacer lo que necesitamos para progresar.

Para conseguirlo es necesario que estemos en el mapa. Que se sepa que existimos, que tenemos un proyecto al margen de la decadencia de los partidos mayoritarios, que queremos y sabemos ser nosotros mismos, que respetamos nuestra lengua, nuestra cultura y nuestra historia. Necesitamos situarnos en el mapa con una configuración nítida para que nos vean y nos valoren. Para que los valencianos se sientan convencidos de que por fin caminan en la dirección acertada y con futuro.