Se cumple un año de la llegada del partido xenófobo Amanecer Dorado al parlamento griego, con un ideario que niega el Holocausto nazi con sus cuatro anti: anticomunista, anti-inmigración, antisemita y antisistema de partidos democráticos, pero que está alcanzando ya en intención de voto la simpatía de un tercio de los helenos. El 29 de mayo celebraron la caída de Constantinopla con antorchas y banderas griegas y corearon los lemas que recordaban a las concentraciones nazis en Nuremberg: «Sangre, honor y Aurora Dorada», «Grecia pertenece a los griegos» adobados con sus gritos de «Sieg Heil».

El Reino Unido tampoco ha podido escapar a esa perversa seducción. El euroescéptico Ukip consigue sus primeros éxitos a escala local, como el resto de sus homólogos europeos, demonizando la inmigración y desautorizando a los partidos tradicionales.

Los europeos estamos siendo seducidos por un perverso revival de una ideología, la nacionalsocialista, que nos condujo tanto al Holocausto del pueblo judío y romaní como a la ruina total de la vieja Europa. Por un lado, los partidos del sur y este de Europa encabezados por Grecia y Hungría y que incluyen la escenografía nazi explícitamente. Por otro lado, las formaciones que maquillan y reformulan el totalitarismo en este siglo aprovechándose de la crisis económica, del desencanto en los partidos políticos tradicionales, del agotamiento del Estado de bienestar, el miedo hacia el diferente y el mantenimiento de la seguridad nacional. Es el caso de Marine le Pen y su Frente Nacional fracés, que prosiguen hacia el éxito electoral por ese camino; o de la burocracia de Bruselas, de la Comisión Europea y sus colegas alemanes, generando con sus suicidas recomendaciones el inflado en votos de esta derecha radical.

Hasta ahora, España parecía vacunada por la proximidad con la dictadura franquista y un sistema político diseñado para el bipartidismo en el que el PP ha sido hasta el momento el nicho de los más ultras. ¿Cómo es posible que los populares continúen sin condenar el régimen franquista? ¿O los homenajes a los veteranos del Ejército español que colaboraron directamente con Hitler? Sin olvidar la banalización del nazismo de la señora Cospedal, que ocupó las portadas internacionales ante la perplejidad del resto de países europeos y sobre todo, las víctimas del Holocausto. En Valencia, el popular Rafael Maluenda „desconozco si por su educación ya que cuando murió Franco tenía 34 años„ ha comparado la actitud de quien defiende el término País Valencià con la Alemania nazi, al igual que hacían el GAV y Fuerza Nueva durante la transición. O el olvido de sus propias leyes que protegían a los «nuevos valencianos». Lo mismo que dirán en Castelló este fin de semana, en la Convención de los populares valencianos.

Al PPCV sólo le queda jugar con las señas de identidad porque con una autonomía intervenida y un partido dividido y sin propuestas es complicado convencer hasta a sus propios votantes. Pero coquetear con todos esos postulados puede ser un error mayor incluso para sus estrategas electorales, que pueden hacerle la campaña a España 2000. Una seducción perversa que por contagio los valencianos pueden padecer como el resto de los europeos.