El Ayuntamiento de Valencia ha realizado una tímida protesta lamentando el escaso nivel de agua en la Albufera. La edil Maria Àngels Ramón-Llin y su compañero de corporación José Aleixandre, exponen la situación de déficit hídrico pero no identifican al culpable. Hace unos años, en una situación similar a la de ahora, arremetían contra la Confederación Hidrográfica del Júcar y prácticamente responsabilizaban al presidente del Gobierno, por entonces un tal Zapatero, de lo que estaba ocurriendo en el lago. Eran los tiempos del «Agua para todos» y de la deslegitimización sistemática de la política hídrica de un gobierno que, por cierto, gastó una millonada en sanear el humedal valenciano.

La Albufera es un lago artificial, con unas compuertas que regulan su nivel y que controla, con mano de hierro, la Junta de Desagües, cuyo presidente es históricamente un concejal del Ayuntamiento de Valencia. De modo que quien controla las compuertas controla el nivel. ¿O no?

Habrá que entender, pues, que llega poca agua a la Albufera y ni siquiera cerrando compuertas se alcanza el nivel deseado. El sistema Júcar tiene agua en los embalses, sobre los que toma decisiones la Confederación Hidrográfica, pero no llueve desde hace meses y la falta de precipitaciones ha mermado el caudal base del río. No baja agua desde Cuenca y Albacete y para que llegaran caudales al lago habría que abrir compuertas en Alarcón o Contreras. Ni los regantes ni la confederación ceden el agua almacenada para usos medioambientales porque temen a la sequía y la guardan para el verano y para los usuarios «preferentes», entre los que no está ni el río ni el lago. Pese a la bienintencionada demanda de los ediles, ni la Albufera y los valencianos que la disfrutan tienen derecho a nada, ni lo tendrán en el nuevo Plan Hidrológico del Júcar, donde la Albufera se ha quedado fuera del reparto. Uno no sabe si habrá agua para todos, que tampoco, pero seguro que no hay agua para todo y menos para mantener el «buen estado ecológico» de la Albufera.

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