Hoy sábado 21 de diciembre se celebrará el 84 aniversario de la firma ortográfica de Castelló de 1932, aunque realmente en 2013 se han cumplido 100 años de su existencia. El origen de las normas se retrotrae a 1913, cuando Pompeu Fabra las impuso en el Institut d'Estudis Catalans, con el apoyo político de Enric Prat de la Riba, presidente de la Diputación de Barcelona. Desde finales del siglo XIX había dos tendencias en la normativización lingüística: la elitista o arcaica y la popular o castellanizada. Estas dos corrientes fueron armonizadas por Antoni Alcover, creador del «Diccionari Català-Valencià-Balear» de espíritu tan respetuoso como el propio título de su trabajo enuncia. Prat de la Riba, autor de «La nacionalitat catalana», quería una ortografía diferenciada vigorosamente del español, aunque para ello se acercara vertiginosamente al francés. Fabra, ingeniero cubano curtido en nacionalismo vasco, materializó esta opción ortográfica que tanto agradaba al político radical.

El fabrismo se instauró en Barcelona contra todo y contra todos. Alcover, enfadado, volvió a Mallorca llevándose su «Diccionari», obra absorbida en los años treinta cuando su discípulo Moll se entregó al catalanismo oficial. Los catalanes disidentes abandonaron el Institut d'Estudis Catalans y se refugiaron en «l'Acadèmia de Bones Lletres», donde siguieron escribiendo al margen de las normas hasta que también en los años treinta cedieron a la presión gubernamental. En Valencia los fabristas llegaron en 1914. Una comisión catalana visitó «Lo Rat Penat» en enero para convencer a sus directivos de que aceptaran estas normas, pero se negaron. El Padre Lluís Fullana, amigo de Alcover, decidió en ese momento redactar unas normas diferentes que separaran oficialmente el valenciano del catalán, y convocó para mayo una reuniones de escritores y usuarios donde se formalizaron mediante votación democrática de cada uno de sus apartados. Al año siguiente, 1915, publicó su «Gramàtica» auspiciada por el Centro de Cultura Valenciana.

En Cataluña la «Mancomunitat» impuso el fabrismo en todos los ámbitos, y lo difundió en Valencia a través de becas y ayudas a profesores, con gran indignación de Fullana y los fullanistas, que nunca tuvieron ningún apoyo oficial valenciano. Esto facilitó que en 1932 se firmaran unas normas «fabristas» pero con algunas concesiones autóctonas que nunca se respetaron. A Fullana lo buscaron al final, y él aceptó rubricarlas como «provisionales». Sólo Josep María Bayarri se presentó en Lo Rat Penat y protestó ante Nicolau Primitiu de que la entidad hubiera apoyado las normas sin haber consultado a los socios.

Bajo el franquismo la única normativa viva fue la fabrista. Sólo en 1977 Miquel Adlert planteó su disconformidad en el libro «En defensa de la Llengua Valenciana» que luego Xavier Casp usó para presentar una normativa distinta en el Centro de Cultura Valenciana, reconvertido en «Real Academia». La estrategia antifabrista fue muy necia. Por puro personalismo los promotores del fullanismo negaron a Fullana. Las normas ortográficas de la Real Academia oficialmente nacieron en 1978, pero realmente son de 1914. con ello regalaron su solera a las normas de 1932, que a su vez son verdaderamente de 1913. Un enrevesado lío que finalmente se ha plasmado en esta ortografía que nadie se atreve a discutir, como si fuera absolutamente perfecta.

Las «normas de Castelló» son una derivación del fabrismo sólo respetadas por el Institut d'Estudis Valencians de Emili Beüt. Ahora que existe una Academia Valenciana de la Lengua debieran haber sido revisadas y discutidas de tú a tú con el Institut d'Estudis Catalans, para que muchas cosas que se aplicaron por imperativo político ajeno a la lingüística se pudieran corregir con gran provecho para el idioma.

Pero ortografía y lengua parecen ser poco importantes para nuestros políticos, que juegan con ellas irresponsablemente, todo lo contrario que en Cataluña. Si no han sabido defender bancos y cajas de ahorros, instituciones, deuda histórica, televisión y ni siquiera los clubes deportivos, ¿cómo van a defender este idioma que tanto fingen hipócritamente amar?