El llamado Estado del Bienestar no es un privilegio. No es una quimera ni una fantasía que no nos podemos permitir. No es verdad que hayamos bienestado por encima de nuestras posibilidades, no vayan a creérselo. Toda esa teoría solo es una manera de hacer que nos sintamos culpables además de perjudicados.

El Estado del Bienestar es fruto de muchos años de trabajo, de empeño, de acuerdos, con el objetivo básico de la solidaridad. Nace cuando la sociedad decide hacerse cargo de aquello que considera necesario para la vida digna. Nadie es responsable de ponerse enfermo y todos deben tener derecho a la cultura, sin diferencias; por eso nacen la sanidad y la educación para todos y sufragadas por todos. Responde al dicho elemental «hoy por ti, mañana por mí», y les llamamos servicios públicos, porque no pueden ser privados. No son un negocio, son una convicción. Y lo mismo ocurre con la vivienda, con la libertad y con la eliminación de barreras por raza, género, edad o convicciones. No me digan ahora que hemos tenido derechos por encima de nuestros derechos.

Lo que pasa es que hoy, con la excusa de la crisis, que solo es un escenario creado como coartada, los poderosos han dicho basta tirando por la borda el frágil equilibrio que teníamos, imponiendo nuevas normas amparadas en el sálvese quien pueda y con un mensaje neoliberal cruel: cada uno es responsable de su situación, como si la enfermedad fuera voluntaria y elegida. Eso aderezado con una campaña que grita a los cuatro vientos el abuso que ha hecho el humilde del sistema que le protegía. Sin embargo, descubrimos cada día que son los poderosos los que abusan, despilfarran, roban y manipulan la justicia para salirse de rositas. Y es más, inventan leyes para ejercer con contundencia su poder, ese que nosotros les hemos dado a cambio de nada. Ya no queda ni rastro de la solidaridad, ni un ápice de equilibrio. Es el Estado del malestar. Estamos malestando por encima de nuestra resistencia, y eso tiene mala pinta.

Creen que pueden, pero se olvidan de un detalle, que los desahuciados crecen, que las noticias corren, que los ojos y los oídos se abren, y que todavía queda rebeldía. El cambio de año es un buen momento para reflexionar sobre ello, para mirar atrás y delante, para la nueva solidaridad y para recuperar los mapas del viaje a Itaca.