Seguro que en no pocas ocasiones se habrá cruzado con alguna manada de ciclistas. A ellos les debemos algún que otro frenazo. Lo ciclístico y el pedaleo están de moda, hábito vigoroso, harto aconsejable, si se ejercita desde el deseo de tonificar el cuerpo, aniquilar grasas saturadas o simplemente disfrutar de un estilo de vida saludable. Muchos circulan sensatamente, si bien es cierto que mi infortunio personal se ha cruzado con bastantes que saltaron semáforos en rojo, o que acaparan todo el carril creyéndose propietarios de la vía, e incluso quienes te dedican una peineta porque, jugándote el pellejo, intentaste adelantarlos sirviéndote de malabarismos desaconsejables. De entre todos los amigos de la bicicleta destacaría una especie insólita, a saber: la de quienes, ataviados con su protocolaria vestimenta, lucen indecorosamente una panza prominente. He observado a muchos y concluyo que se trata de ciclistas de sentimiento. Wittgenstein lo explicaría sin retórica ni elucubración: «el nombre no hace la cosa», lo cual significa en castellano castizo que «el hábito no hace al monje». Esta anómala tipología ciclística degluta almuerzos pantagruélicos, regados de vino con gaseosa y copa o chupito acompañando al café. ¿Cómo es posible „se pregunta mi yo filosófico„ que puedan, no ya pedalear, sino levantarse de la mesa? La ciencia carece de respuesta para este fenómeno singular al menos entre los valencianos. A ver quién justifica que ese tipo ataviado de simbología deportiva afirma los valores propios del ciclismo. Si su estética ensalza virtudes saludables, el mismo ejemplo existencial desmonta toda credibilidad posible. Alguien pensará que lo mío es una venganza personal contra los ciclistas. ¡Dios me libre! Sólo pretendo ridiculizar una moda hortera entre quienes, seguramente, escapan de sus mujeres excusándose en la bicicleta. La mayoría de estos barrigudos buscan un pretexto para no ayudarlas en las tareas del hogar, así que nada como mentar su combate contra la voluptuosidad. En verano lucirán su tripa en la playa. Y, como señalaba Ana Sánchez Torres, mi profesora de Epistemologías radicales, ridiculizarán a las mujeres entraditas en carnes. Claro, nunca se supo de una mujer panzuda entrenada en el arte de pedalear. Así es el mundo ciclista.