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Obsesiones traicioneras

Andrés: «Las obsesiones siempre son traicioneras. No las buscas, te encuentran. No las quieres, te desean. No sirve de nada rebelarse o poner obstáculos, eres su esclavo y asumirlo es una forma de minimizar daños. Las amorosas son las más pegajosas de todas, eso está claro, porque te acabas obcecando en sentimientos que sólo te pertenecen a ti y que muchas veces proceden de una inmadurez impetuosa que te lleva a confundir palabras, miradas, gestos, intuiciones, y acabas decidiendo que ves lo que quieres ver y no lo que hay, en realidad. El enamorado no correspondido es, en fin y por principio, cautivo de una ilusión y por lo tanto es un coleccionista de espejismos que siempre acaba humillado y ofendido. Pero hay obsesiones mucho más peligrosas que pueden empujar directamente a un estado mental sin brújula ni ancla con las que encontrar algún tipo de solución al desvarío. Por ejemplo, conocí a una persona encantadora e inteligente que, de pronto, y tras unas vacaciones más bien tormentosas que la que era su novia y que ahora es su peor enemiga se obsesionó con que las picaduras de los mosquitos convertían a la víctima en mosquito tarde o temprano. Cuando me lo dijo la primera vez, me reí. La mirada asesina que me dedicó me convenció de que hablaba completamente en serio, y más aún cuando me confesó que había pasado la noche anterior en blanco persiguiendo a un mosquito en su habitación. Apagaba la luz y cuando escuchaba el zumbido la encendía con una zapatilla en la mano buscando al intruso debajo de la cama, en el techo, en los pliegues de las cortinas, dentro de la lámpara. La habilidad de los mosquitos es portentosa, pero no tanto como la paciencia de mi amigo, quien, al filo de la madrugada, descubrió al mosquito que pretendía robarle su personalidad detenido junto a la fotografía del Coliseo romano bajo la nieve. Contuvo la respiración y lo aplastó. Dejó un rastro de sangre y a mi amigo le entró el pánico ante la posibilidad de que fuera suya. ¿Me ves algo raro?, preguntó».

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