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Versos de Viadel

No hace falta ser judío para saber que Israel gime la mayor parte del tiempo cautiva de Babilonia, aunque eso no quiere decir que Babilonia sea fea. Al contrario, puede ser depravada, con el alma como un tizón, pero bella como una bandada de pájaros verdes en una atardecida. De eso va el libro de poemas de Francesc Viadel „«Ciutat, diez insòlits»„ que me llevé a las vacaciones y leí como se lee la poesía: dejando que se lea a través de uno. Hay un grupito de periodistas valencianos que poetizan regularmente „Toni Gómez, Miquel Martínez„ al que pertenece, con todo derecho, y más a partir de este libro, Viadel que, en alguna vieja foto, aparece como novísimo púber ya sin pantalones cortos „por poco„ pero con cara de haberse escapado de algún campamento de los júnior. Entonces tenían una revista de versos: L´ Horabaixa.

«Ciutat, diez insòlits» es un poemario que golpea, un lamento profético, un canto feroz y poderoso y aunque avance brincando sobre piedras y lugares yermos, tiene una piadosa querencia por los rostros devastados de la ciudad „en los que se reconoce el poeta„ contemplados como un paisaje de orín y ruina. No suena muy animoso, pero la culpa no es de Viadel, sino de mis palabras: es difícil transmitir hechos poéticos, es más fácil leerlos. Una anécdota banal de tan corriente „la pérdida del empleo, las envidias más o menos gremiales„ es el motor de esta busca desaforada y un poco licantrópica y, sin embargo de pasos medidos, de palabras tasadas, por una Babilonia que puede ser Valencia, Barcelona, Roma o Amsterdam, eso no importa.

«Ciutat, diez insòlits» es un librito que va mucho más allá de los habituales poemarios condenados al circuito de la carrera de honores regida por el principio «te leeré si me lees». Por suerte para la poesía, si la frase no suena muy solemne. Poesía social, más de revelación que de rebelión, en una línea profética entre Ginsberg y Dámaso Alonso («Hijos de la ira») donde este exiliado que se despega de Valencia menos que Max Aub, nos retrata como bote de refresco vacío y luminoso, pateado por una pandilla.

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