Tenía un querido profesor en la universidad que cuando hablaba del pasaje del evangelio del joven rico explicaba que lo del camello y la aguja se refería a una puerta en la muralla de Jerusalén, que era muy estrecha, justo casi para una persona, y que cuando llegaban los mercaderes con los camellos cargados a tope y querían entrar en la ciudad una vez cerradas las puertas principales, solo les quedaba esa puerta y para ello tenían que descargarlos, y luego de rodillas y con mucho cuidado y esfuerzo grande, hacían pasar al animal. Un esfuerzo ímprobo que convertía esa maniobra en una operación arriesgada y difícil de conseguir.

Con ello, venía a decir que no era imposible lo del camello por la aguja, sino que era solo muy difícil. Y al igual entiendo que debe ser lo de los ricos. Todo el mundo puede entrar en el reino de los cielos, solo es necesario no estar apegado al dinero y saber distribuirlo. Porque los que crean empresas crean puestos de trabajo y buscan unos beneficios lógicos, si se tomara al pie de la letra, nadie que aspirara al cielo pondría de su parte riesgos por ganar dinero, que es lo que mueve la iniciativa. Y no es así.

Hay que ver el enfoque que se da a esto. Porque Jesucristo comía y se reunía con gente de dinero, no los despreciaba y lo hacía para ayudarles y animarles a cambiar en su apego y que ayudaran a los demás. El mismo Jesucristo vestía con limpieza y elegancia, ya que llevaba una túnica de una sola pieza, que era una prenda de distinción y que seguro le había cosido o comprado su madre y él la llevaría encantado y con mucha limpieza y cuidado.

La vida se vive con bienes materiales y no se pueden despreciar de por sí, lo único que hay que hacer es no vivir teniéndolos como finalidad y guía. Y llegar a los demás, teniendo en cuenta que hay que ayudar siempre al necesitado, y en eso los católicos debemos saber hacerlo, porque lo nuestro es un compromiso particular y no solo desde las instituciones, que es lo único que entienden algunos a quienes se les llena la boca de temas sociales pero con dinero público.

No todo debe ser tema económico en la caridad o en lo social. El trato educado y cariñoso con los que nos rodean. La ayuda en las necesidades a nivel de tiempo, gestiones, etcétera. Dedicar atención y conversación a los mayores que tan solos se encuentran. El trato adecuado y con las máximas atenciones a nuestros padres, que tantas veces molestan y nos complican la vida. Esto me trae a la memoria una viñeta que recorté de algún periódico donde aparecía una persona mayor que escribía a su hijo diciéndole algo así como que «menos preocuparse de los desaparecidos en la guerra civil y más saber en qué residencia estaba su padre e ir a visitarlo».

A veces estamos pendientes de palabras, de ideas, de buscar fondos públicos para inmigrantes, preocupados por los que salen de sus países por diversos motivos políticos, de todo aquello que nos van sacando en las televisiones, y pasamos olímpicamente de los que tenemos alrededor, ya que políticamente no tiene venta y repercusión pública alguna. Da la impresión que se nos llena la boca de toda la movida informativa que vemos diariamente y no queremos preocuparnos de lo más cercano. Y eso, sin entrar en que no podemos salirnos del guion establecido, de lo políticamente correcto. Para eso solo hay que ver lo que pasó el otro día con el cardenal Cañizares en contestación a una pregunta relativa a los refugiados sirios cuando, aunque ya había dejado su opinión clara y positiva a favor de ellos en declaraciones anteriores, hizo una mención de pasada en cuanto a que habría que tener cuidado en que aprovecharan algunos para entrar en Europa para otros fines. Y de todo lo que dijo en la conferencia y en las preguntas, lo único a que se cogieron los periodistas fue a eso, y de ahí la polémica creada.

Una vez más nos encontramos con que las palabras llevadas al límite tienen más importancia que los hechos. Y hechos son lo que puede poner sobre la mesa el cardenal con todo lo que la Iglesia viene haciendo por las personas necesitadas en cuanto a residencias de mayores, la labor de Cáritas, comedores sociales, etcétera. Obras son amores y no buenas razones.

No hay mayor mordaza que la de quienes no aceptan que se opine lo contrario a lo que es la opinión mayoritaria en ese momento; de ahí viene la falta de libertad, como le ha ocurrido al cardenal. Y por eso hay que alabar esa postura de libertad interior que espero siga manteniendo en su vida por hacer llegar el criterio y la verdad a sus fieles.