«Voces de Chernobil» es el único libro editado en castellano de la premiada con el Nobel de Literatura de 2015, la bielorrusa Svetlana Alexievich. Un testimonio del mayor desastre nuclear, en tiempos de paz, relatado por gente común. La autora desaparece detrás de las voces de los que no tiene voz. Piensan que son inmunes al átomo pacífico soviético: así se lo habían enseñado. No saben física, pero tienen cierta fatalidad y la paciencia eslava. Sufren ante el desconcierto, la desinformación y lo desconocido: ¡los niños! Una guerra fantasmal en la que todo parece normal y todo llama a la muerte. El peligro está en todas partes „en la tierra, en el aire, en el agua„ en forma de isótopos radioactivos ionizantes, que no se ven, pero queman por dentro. Un enemigo ausente.

Lo que más asombra es la combinación de belleza y miedo. El miedo dejó de aparecer separado de la belleza; y la belleza, del miedo. Un desconocido sentimiento de muerte en medio de prados llenos de flores, del delicado verdor de los árboles en primavera, del sol refulgente, de los riachuelos y lagos de aguas cristalinas.

Resulta un relato apacible, profundo, lleno de densidad humana; en donde, por uno de esos trastoques, los ancianos callan, y los niños juegan: ¡nos vamos a morir!, se dicen unos a otros; y corretean con sus batas blancas, calvos, por el pasillo del hospital. Porque Chernobil es la peor de todas las guerras. El ser humano no tiene salvación en parte alguna, no se puede refugiar. Sólo le queda vivir erguido y alzar la cabeza y las manos hacia el cielo, hacia la oración, hacia Dios. La anciana reza en la iglesia: Señor, perdona nuestros pecados. Ella sí que sabe de la vida. En cambio, ni el científico, ni el ingeniero, ni el político, se reconocen pecadores, porque no tienen nada de qué arrepentirse€ Todos, después de la catástrofe, se convirtieron en lo que eran, no en lo que parecían. En Joiniki, en el centro de la ciudad, colgaba un cuadro de honor. Los mejores hombres del distrito. Pero quien se metió en la zona contaminada y sacó de allí a los niños de la guardería fue un chófer borracho y no quien aparecía en el cuadro de honor. Ya ve.

Yo también descubrí algo en Chernobil, relata otra voz: en las situaciones extremas, el hombre, en realidad, no tiene nada que ver con cómo lo describen los libros. Mientras un presidente del koljós quiere llevarse en dos camiones a toda su familia, sus enseres y bártulos (que está prohibido sacar) y el responsable del partido exige un coche para él solo, no hay modo de rescatar a los niños de la casa-cuna: no hay transporte. Ya ve.