Explicar en clase puede obligar a simplificar. Un caso concreto es el de la formación de la lluvia. El aire ha de ascender y con el contenido de vapor de agua adecuado alcanza la saturación, el 100 % de humedad, y se formen las gotas de agua de las nubes. Pero no todas las nubes precipitan. La gota que forma una nube tiene un diámetro de 0´01 milímetro y para que precipite ha de alcanzar un tamaño próximo al milímetro. Eso supone un volumen de agua un millón de veces superior al de la pequeña gotita de la nube. El elemento clave para alcanzar ese tamaño, al menos en latitudes medias y altas, es que las nubes de precipitación son una mezcla de gotas de agua y cristales de hielo. El agua es un elemento tan increíble que puede encontrarse en los tres estados, incluso en la misma nube a la vez. El agua líquida puede estar presente hasta los -40 ºC y al mismo tiempo formarse cristales de hielo, según tipo de núcleo de condensación. Entre los -4 y los -30 ºC, la humedad necesaria para alcanzar la saturación es algo menor en el hielo que en el agua. El aire puede estar por debajo de la saturación con respecto al agua y por encima con respecto al hielo, lo que permitiría que la gota de agua se evaporara y su contenido pasara al cristal de hielo que crecería de tamaño. Llegado un tamaño, empieza a caer y en su descenso choca con gotas de agua y cristales de hielo más pequeño, aumentando su volumen. Cuando cae a una altura que queda por debajo de la temperatura de congelación, tenemos una gota de lluvia. La teoría fue presentada por el meteorólogo sueco Tor Bergeron en 1933 en Lisboa y posteriormente fue mejorada por el alemán Walter Findeisen. Pero antes, en 1911 fue teorizada por Alfred Wegener, autor de la deriva continental y yerno del científico Wladimir Köppen. Menudo equipo.