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Los eslabones débiles

La política española cuenta a día de hoy con dos eslabones débiles: Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno en funciones se encuentra en una posición similar a la de Artur Mas hace unas semanas. Su figura resulta problemática en un contexto parlamentario necesitado de pactos. Unos y otros piden su cabeza, como pieza de caza mayor, para empezar a negociar. En cierto modo, tiene sentido. Cabe pensar que la impopularidad de Rajoy se debe a que se le identifica, por edad y trayectoria, como el fantoche de la vieja casta, al que se achacan „con motivo o sin él„ todos los males de la democracia española. Sólo el paso del tiempo logrará matizar esta sensación, hoy muy generalizada. Me parece probable, de todos modos, que Rajoy termine retirándose si no es capaz de formar gobierno. No creo que desee convertirse en parte mayor del problema.

El segundo eslabón débil no es tanto Pedro Sánchez como el PSOE al completo. Canibalizado por todos los frentes y víctima de sus contradicciones internas, los pésimos resultados electorales han situado a los socialistas en una posición de vulnerabilidad extrema. Sánchez desea a toda costa ser presidente del gobierno: sabe que no puede sobrevivir políticamente de otro modo. Desde el 20D, la actitud de Pablo Iglesias apunta en una única dirección: explotar la debilidad de los socialistas para, en un plazo breve de tiempo, reducirlos a la irrelevancia. Los de Podemos se consideran la única izquierda real. Cuestión, por supuesto, de dogma. Pero además están convencidos de que muy pronto pueden representar la mayoría sociológica de la izquierda en este país. Y, en efecto, se encuentran cerca de conseguirlo.

Si Rajoy tiene que decidir qué le conviene más a su partido, el PSOE ha de lidiar con un auténtico caballo de Troya o con la perspectiva, igualmente endiablada, de unas nuevas elecciones. Malas opciones ambas. Pero el PSOE debe también elegir entre ser un partido responsable o no. El socialismo, que consiguió la entrada de España en Europa y que es el gran artífice de nuestra democracia, ¿puede pactar con un partido que ha hecho del rechazo a la transición una de sus señas de identidad? ¿Desea el PSOE desmontar la arquitectura institucional de nuestro país en nombre de un maniqueísmo ideológico y de clase que divide a los españoles en buenos y malos? ¿Con qué reservas de moderación y centrismo cuenta el PSOE para frenar a un partido como Podemos una vez que haya llegado al gobierno? Recuerden el triste precedente del tripartit para el PSC.

En contra de lo que hoy se pregona, la transición fue el pacto posible de la responsabilidad. Imperfecto, por supuesto, como todos los pactos responsables. La pregunta que deben hacerse ahora todos los partidos de la estabilidad „del PP al PSOE, de C´s al PNV„ es cómo resolver los problemas que acucian a los ciudadanos en un momento tan convulso como el actual. Lo cual exigirá cesiones, generosidad, largo aliento y un reformismo acelerado a muchos niveles. De hecho, sólo una gran coalición que ofreciera además una solución razonable al problema catalán podría dar por terminada la transición, precisamente por lo que supone de actualización del reencuentro. A medida que resurgen las viejas tentaciones cainitas que tanto daño nos han hecho, la solución alemana aparece no sólo como la única razonable sino también la que mejor representaría la definitiva entrada de la política nacional en la vida adulta. Algo más necesario hoy que nunca.

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