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Los empresarios al rescate

España camina inexorablemente hacia la postración política. El parlamento se ha italianizado, en el sentido de que su fragmentación impide conformar una mayoría gubernamental de modo sencillo. A esa calamidad aritmética los italianos responden con finezza, lo que quiere decir que son capaces de negociar hasta con el diablo -en su caso la mafia- si es necesario para la causa. En cualquier caso y dotados del dominio de los tiempos largos -una lección aprendida del Vaticano-, la política ha acostumbrado a los italianos a vivir con gobiernos provisionales y efímeros, en constante carrusel. Y sobreviven, no pasa nada. Aquí somos más de una pieza, oscilamos entre la picaresca y el orgullo herido a lo Fuenteovejuna, características poco favorables para el florentinismo. Pablo Iglesias ha leído a Maquiavelo, también de Florencia, pero no ha caído en la cuenta que el personaje central de El Príncipe además de un Borja no es otro que Fernando de Aragón, un político de gran finura, y pactista.

En Italia, eso sí, el país sigue funcionando porque no han dilapidado el medio ambiente ni el patrimonio urbano. Su turismo es estable prácticamente desde el Renacimiento como una industria sostenible, lo que no hemos descubierto aquí todavía. Y del mismo modo han sabido vender marca con sus productos agroalimentarios a pesar de la sencillez de su recetario. Italia tiene el mayor número de productos con denominación de origen del mundo, y además una industria auxiliar eficiente e imaginativa, marcas con imagen, diseño y penetración multinacional€ Sus buenas empresas, en definitiva, han sabido crear y vender el made in Italy.

Todo eso es lo que estamos aprendiendo a hacer los españoles tras décadas de dinero fácil promovido por el ladrillo. En medio de los broncos debates para la fallida investidura de Pedro Sánchez, sumida nuestra cámara de representantes en el vacío existencial, solo la apelación a los votantes de Albert Rivera considerándolos «nuestros jefes», «los que nos pagan el sueldo», ha contenido algo de sentido. La cita está entresacada de un gran pensador del sentido común, Juan Roig, el millonario 240 en la lista mundial de Forbes, quien lleva años llamando «jefes» a sus clientes e inculcando este respeto a sus más de 75.000 empleados.

Roig ha coincidido en su dación de cuentas anual con el impasse político del parlamento nacional. El hombre que ha grabado en las camisetas de su equipo deportivo el eslogan «cultura del esfuerzo», se ha mostrado más lapidario que nunca: no cree en la intromisión del empresariado en la política pero está a favor de adelgazar el tamaño del Estado. Que cada cual haga su trabajo, ha dicho. Es como una actualización de la conocida frase de Jesucristo recogida por San Mateo: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Mientras, en el Congreso los nuevos diputados del ala izquierda claman contra las oligarquías y proponen solucionar la economía con mucho más gasto público sin considerar los límites de la presión fiscal y nuestra pertenencia a un ámbito europeo de libertad de movimientos financieros. Frente a ese discurso proclamado con un virulento diapasón, el esfuerzo de nuestros mejores empresarios parece ser la última tabla de salvación para el país. Son los empresarios catalanes los que han frenado la aventura independentista de aires jovenívols i oriflama, son las inversiones extranjeras las que están revitalizando Madrid y es Mercadona, con sus interproveedores, la que mantiene Valencia a flote.

Otro empresario valenciano, más acostumbrado a entrar como un elefante en una cacharrería, digo de Vicente Boluda Fos, ha aprovechado esta semana de frustración política para salir a la palestra también y reivindicar las necesidades valencianas. Lo ha dicho un convencido madridista, por eso tiene su importancia que Boluda haya puesto en la picota el exceso de centralismo que todavía mantiene el Estado en sus dependencias madrileñas. El rey de los remolcadores marítimos ha pedido un modelo a la alemana diseminando las instituciones estatales por las grandes ciudades del país: ¿cómo se pueden gobernar los puertos del Estado desde tierra adentro? o promulgar leyes de costas uniformes sin tener en cuenta nuestra doble condición atlántica y mediterránea€

Y unas cuantas millas más al sur, en el puerto de Dénia, otro empresario con pulmón emprendedor y capaz de conformar el valor social de la naviera, Baleària, como uno de los factores motores de su día a día, todavía no sale de su asombro por el escaso eco que ha tenido su desinteresada apuesta para enviar un buque de la compañía dianense a la zona donde se reagrupan en la indigencia miles de refugiados sirios. Por no hablar de la nula presencia española en el actual proceso de deshielo del régimen castrista en Cuba. Adolfo Utor, el alma de Baleària, tiene claro que puede replicar en el Caribe el modelo de negocio que ha llevado a cabo en el Mediterráneo occidental, pero sigue negociando armado de paciencia infinita con las autoridades cubanas. Por La Habana se han paseado ya Hollande con las compañías francesas, el Papa Francisco y John Kerry con los negociantes de Florida, y en breve lo harán Obama y los Rolling Stones. En cambio, Baleària, que paga impuestos de sociedades en la Comunidad Valenciana, sigue a la espera.

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