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Manzanas podridas

Resulta insoportable que el partido que aún nos gobierna se empeñe en hacernos comulgar con ruedas de molino cuando trata de convencernos, frente a toda evidencia, de que si ha habido corrupción en sus filas se trata de casos aislados. Los hechos que salen a la luz un día sí y otro también lo desmienten y muestran que no había sólo unas manzanas podridas sino que éstas abundaban peligrosamente en la cesta.

Son ya demasiados casos de podredumbre, demasiados años también de impunidad y desvergüenza como para que pueda recurrirse ya a eximentes o se nos trate de convencer ahora de que se ha aprendido la lección y lo ocurrido no volverá a suceder más. Porque estamos por desgracia ante una determinada forma de gobernar, y la impresión que tienen muchos ciudadanos es que son ya demasiados quienes han ocupado cargos en ese partido no para servir a quienes los eligieron, sino para su medro personal o el beneficio de familiares o protegidos.

Y lo han hecho, amparados por los vientos neoliberales que con tanta fuerza soplan desde Europa, es cierto, políticos de todos los partidos, pero especialmente del que ha ocupado el poder con una soberbia que hasta hace poco apenas le había pasado factura.

Es tal la magnitud del fenómeno entre nosotros que incluso la Wikipedia dedica, por ejemplo, una entrada a una de sus manifestaciones más evidentes y escandalosas: «la corrupción urbanística en España».

La enciclopedia por internet la define muy ajustadamente como «el abuso de poder de los cargos públicos vinculado a la especulación inmobiliaria y el incumplimiento de las normativas urbanísticas y medioambientales para enriquecimiento ilícito».

Cuántas recalificaciones de terrenos, cuánta destrucción de nuestro litoral ha habido durante los años de la burbuja inmobiliaria en este país gracias a los sobornos pagados por constructores y promotores a los ayuntamientos para convertir en urbanizable suelo que nunca debió de serlo mientras quienes podrían haberlo evitado miraban para otro lado.

Y también cuántas privatizaciones de servicios públicos o de lo que era patrimonio de todos se han llevado a cabo con menosprecio del interés común y en provecho exclusivamente de unos pocos, que se han visto así indebidamente enriquecidos.

A la vista de todo ello, uno no puede dejar de sorprenderse con el hecho de que muchos de esos políticos corruptos hayan sido reelegidos una y otra vez en las urnas por unos ciudadanos en quienes parecía pesar más su ideología, o al menos la fuerza de la costumbre, que la repugnancia ante tales conductas.

Y ahora se suman, para completar el panorama, los llamados «papeles de Panamá», que han servido sobre todo para poner nombres y apellidos a lo que ya sabíamos todos: que, como escribió en su día el inglés Samuel Johnson, «el patriotismo es el último refugio de los granujas». Por muchas corbatas o tirantes con los colores rojo y gualda que se pongan, por más que acusen a otros de querer «romper España», ya sabemos que su patriotismo está a la altura del corazón, pero dentro del bolsillo.

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