Canta Maria del Mar Bonet: «Jo escric al vent aqueixa estrofa alada, per a que el vent la porte cel enllà», mientras viaja acompañada por los poetas Roselló-Pòrcel, Salvador Espriu y Vicent Andrés Estellés. Lo hace en València como pudiera hacerlo en Creta, que Maria del Mar sitúa dormida «com un drac ferit», o bien en Líbano, donde La dama d´Aragó se interpreta como un himno propio. Con Carles Dénia canta Alenar, acompañada del guitarrista Borja Penalba: «Si tu toques i jo cant, serà per anar endavant».

Nos reconcilia con nuestra ciudad, cuando advierte: «A València hi ha un carrer, que té geranis i sombres, humitats i tenebrors, saliva i enteniment». Saliva y entendimiento, ¡qué hermosa descripción del encuentro, en el carrer de Cavallers! Canta en nombre nuestro, y nuestra voz es la suya, cuando lo hace a unos pueblos que quieren reconocerse como tales, hermanos, «des de Mallorca a l´Alguer, parlant el mateix». Con ella pertenecemos a este mar nuestro, donde «les illes s´agafen de la mà, i canten i ballen». En Menorca, el sol duerme en Ciutadella, la bella, cuando en Maó „«blanc de calç, mirant al nord; sol matiner li encén el rostre» (Serrat)„ brilla la luna.

En Eivissa, la libertad se muestra, alegre y graciosa, como una palmera „nos dice Vicent Andrés Estellés„ cuando los lugareños nos ofrecen la cálida hospitalidad precavida del insular. Una vez más volvemos a esta pequeña isla, patrimonio Unesco de la Humanidad, y, franqueando sus históricas murallas, alcanzamos el punto más alto de Dalt Vila, allá donde se encuentra la catedral, antes mezquita, hoy Nostra Señora de les Neus, y, desde esta privilegiada atalaya, divisamos la pitiusa menor, Formentera, donde Julio Verne sitúa, en los acantilados del faro de la Mola, el inicio de su novela Héctor Servadac para su viaje por el Mediterráneo.

Al día siguiente, nos disponemos a atravesar los estrechos caminos que conducen al mar, sorteando bancales de cepas, perfectamente alineados entre muros de piedra, escuchando el poema de Josep Mª de Sagarra: «Vinyes verdes del coster, cap el mar vincleu el cap» (Llach). ¿Es acaso el mar lo primero, o lo son las viñas? Así llegamos a Santa Eulària des Riu, con ocasión del Festival de Teatre Familiar y, desde allí, acudimos a Sant Carles de Peralta a visitar el mercadillo de Las Dalias que nos acompaña desde su puesta en marcha por Joan Marí, en 1954. Lo hacemos con asiduidad, porque creemos en un mundo en el que los hippies, los que hubo y los que quedan, contribuyeron en gran medida a trasladar a nuestro Mediterráneo los cambios sociales más fundamentales de la segunda mitad del siglo XX, y, con ello, a hacer posibles muchos de nuestros sueños.