Un sistema político tiene la altura que sus intelectuales. Que algunos están en una fase terminal se comprobó el otro día con el artículo de Antonio Elorza «La sonrisa de Podemos». Elorza, catedrático de Ciencia Política, parece haber olvidado su disciplina. Su artículo, una mezcla de personalismo y moralina, quejica e impotente, es la manifestación del final de la capacidad analítica. Elorza se autoproclama conocedor del secreto de Podemos, desvelador del arcano que esta formación encubre celosamente. Podemos, dice, oculta una cosa en sí kantiana, que solo Elorza conoce. ¿Cómo sabe él lo que Podemos encubre? Por su conocimiento personal de Pablo Iglesias. ¿Cómo nos transfiere ese conocimiento? Por el comparativo con la Alemania de Hitler. No hay forma más rápida de desprestigiarse que mencionar en vano el nombre de Hitler.

Si es esta toda la capacidad analítica que manifiestan los intelectuales que han guiado la opinión pública española en los últimos veinte años, estamos en el final. Y una vez que hemos llegado ahí, ¿no sería recomendable una mínima autoobservación? El lenguaje tiene la virtud de no ocultar los síntomas. Basta perseguirlos. El relato de Elorza habla de Podemos como «verdugo» del PSOE. En Valencia no se podría aplicar esta metáfora. Tampoco en Barcelona, ni en Zaragoza. Elorza afirma que tras el 20D existió un «reformismo racionalizador», una bonita manera de mencionar el pacto PSOE y C´s. Mezclemos los dos síntomas. Elorza cree que estas dos formaciones tenían razón „a pesar de contar con sólo 130 escaños„ y defiende que Podemos tenía la obligación de reconocerla, plegarse a ese pacto, anularse en él, tragárselo y abstenerse para abrir un pasillo al «reformismo racionalizador». Si no lo hizo es un verdugo. ¿Va de esto la política? Elorza parece ignorar la premisa básica de que la política es la lucha por el poder, en la que nadie puede contribuir gratis a formar una mayoría sin proponerse como prescindible. El sentido de las cosas de Elorza es que solo Podemos pretende ganar. El PSOE y el PP, al parecer, solo quieren perder. Si han llegado al poder ha sido sin pretenderlo.

¿Tiene sentido acusar al rival político de seguir las reglas básicas del juego? ¿Qué tipo de objeción es ésta? La pura verdad es que cuando los intelectuales como Elorza recomiendan al PSOE una política a seguir, en realidad no dicen sino palabras vacías, tardías y equivocadas. Elorza dice que «está bien ir de la mano de Susana Díaz», y afirma que el gobierno en la sombra de Pedro Sánchez se conforma con personalidades de bien ganado prestigio. Un poco de autoobservación mostraría con facilidad que el PSOE va de caída justo por seguir este tipo de consignas lanzadas desde los media. Lo que retira toda credibilidad a los líderes del PSOE reside en el bombardeo cruzado de mensajes, insinuaciones, coacciones, veladas y explícitas amenazas, avisos de líderes y prohombres, por no citar las líneas rojas, lo que hace inviable la formación de prestigio de un líder que se tiene que debatir entre la confusión, la claudicación y la cólera. Pero nuestro colega de la Complutense prefiere decir que es Podemos el verdugo del PSOE (una metáfora que parece sugerir que el PSOE es un injusto sentenciado y condenado puesto en manos de potencias arcaicas). La conclusión es que Iglesias encierra al PSOE en el dilema de colaborar o desaparecer, como si Iglesias estuviera dotado de la omnipotencia perversa de lo satánico y los votantes no tuvieran nada que ver en esta historia. De todo ello se deriva que el partido que ha tenido todo el poder en la España democrática es víctima de todos menos de su propia trayectoria.

Muchas veces me he preguntado: ¿qué es lo que hace que personas de una generación que se han formado en la tradición socialdemócrata, que han creído firmemente en esa línea intelectual desde la universidad, cuya tradición familiar estaba vinculada al PSOE desde los tiempos de la República y de la Guerra Civil, que se mantuvieron en su juventud en el entorno cordial de los pocos socialistas que quedaban en la clandestinidad durante el franquismo, a los que admiraban por su fortaleza y entereza, por su integridad y su fidelidad; personas que confiaron plenamente en el PSOE para que dotara de eficacia política a la Constitución española, qué hace de verdad que personas así, al inicio de los 90 ya no pudieran prestar su confianza a ese partido? Este es el tipo de preguntas que un intelectual debería hacerse. En realidad no tengo la respuesta a esas preguntas, pero creo que algo tiene que ver con el hecho de que cada vez que alguien así se acercaba a una sede socialista, en las pocas reuniones que se convocaban, solo vería turbia e intensa rivalidad por los cargos; descarado y cínico desprecio por la teoría, la inteligencia crítica, las ideas nuevas y viejas; sospecha de quien no estuviera encuadrado en estrictas obediencias. Eso ha convertido al PSOE en un club cuyo cemento es el enfrentamiento personal y donde la manera de hacer política está escrita en letras de oro: sé dócil, paciente y espera, que te llegará el turno. Esto ha generado un tipo de militancia sin coraje político y sin ideas. Cuando vino la crisis, todo esto se notó tanto, que la gente dejó de confiar en el PSOE. No era imprescindible para defender la agenda neoliberal ni podía defender a los ciudadanos más desprotegidos. Esa realidad política, y no la voluntad arbitraria de Podemos, es la que ha radicalizado cada vez más al electorado. Los moderados que se sienten seguros se van al PP o a C´s. Los que viven en la precariedad se van a Podemos. La realidad española se ha radicalizado. Podemos no hace sino orientarse en ella.

Si ahora nos hacemos la pregunta contraria, ¿qué puede llevar a personas de esa generación a votar a Podemos, a pesar de no compartir los modos de algunos de sus líderes?, la respuesta podría ser que la gente de Podemos tiene la suficiente pasión política como para exigir que los tomen en serio. Seguro que sus líderes saben todo lo necesario acerca de los poderes informales, extra-institucionales, fácticos, y desde luego conocen las exigencias de la Unión Europea, de los poderes financieros mundiales, de los compromisos internacionales de España. La raíz de su éxito electoral reside en que han convencido a la gente de dos cosas: que si algo cambia en España, será por la presión que Podemos haga para que cambie; y segundo, que en el pacto que tendrá que venir con todos aquellos poderes, pondrán más alto el nivel de exigencias políticas de lo que hasta ahora han hecho quienes nos han representado. Estos han mostrado que su capacidad de plegarse a intereses poderosos no tuvo límites cuando más falta hacía que alguien se tomara en serio los intereses materiales e ideales de una ciudadanía humillada, burlada y robada.

La cuestión es, pues, la siguiente: cuando todas las evidencias disponibles resultan opacas a los llamados intelectuales, o bien han perdido la capacidad de ver o bien la independencia. En ambos casos, el sistema de la opinión pública se levanta sobre la falsedad o la mentira. Y una sociedad que no se reconcilia con su propia verdad tiene comprometido su futuro.