Si alguien me preguntara cómo me defino, le diría que como una chica tradicional y, a pesar de eso, hay que ver qué mal llevo el tema de los convencionalismos. Verán, este fin de semana he asistido a la boda número N de esa larga lista de amigos que sumamos Manu y yo. Parejas que se conocen, se hacen novios y... Se casan. Y qué bonitas son las bodas. Alegría, risas y sonrisas que emanan de cada poro de la piel de los afortunados. Del alma de los que ya han pasado por el altar se desprende ilusión y de sus bocas se desprenden preguntas, algunas algo impertinentes, diría yo... «Bueno... Sois los últimos, a ver cuándo os casáis», «¿pero es que no nos vais a llevar de boda?» «a ver cuándo formalizáis lo vuestro»... En una escala que mida las preguntas impertinentes, esta se sitúa al nivel del clásico «haz abuelos a tus padres, chica, que se te va a pasar el arroz». Me ahorraré las respuestas que se esconden tras una sonrisa forzada pero a la vez muy educada.
Pensando detenidamente, creo que gran parte de culpa de esta reacción de mi alrededor a no hacer lo que se espera de una la sigue teniendo Hollywood. Vale que los cuentos Disney son ahora más modernos y en las películas se habla de sexo sin llevar pareja la palabra amor, pero todo es una máscara para acabar siempre con el mismo final, ese de... «Fueron felices y comieron perdices».
Y la película emitida el domingo noche por Antena 3 es otro ejemplo de la larga lista de «films» que la convierten a una en bicho raro. «Con derecho a roce» se llama. Una peli de sexo entre dos amigos que, oh, misterios de la vida, se acaban enamorando y siendo pareja al puro estilo de una historia de amor de los noventa. Pues resulta que otros finales son posibles y otros caminos lejanos al altar legítimos. Ojalá se deje de señalar con el dedo a los que, de una forma u otra, dejamos fuera de nuestra vida historias rosas desbordantes de convencionalismos sin renunciar a la felicidad completa.
