A menudo agudizamos nuestra atención en personas ricas y famosas, triunfadoras en muy diversos campos, algunos calificados como niños y niñas prodigio, superdotados o quizás como genios. Pero no es menos cierto que, en nuestra vida cotidiana, nos encontramos compañeros que, tal vez, sin haber sido diagnosticados como superdotados, albergan competencias y habilidades fuera de lo común, excepcionales, pero que por extrañas y diversas circunstancias se han quedado en el baúl de los recuerdos en cuanto a la consecución del éxito económico o profesional.

El umbral que lo delimita nos sugiere una dicotomía. Por una parte, una persona diagnosticada superdotada posibilita poder llegar a ser en un futuro un genio; o por el contrario, ser una persona superdotada no implica necesariamente tener un cheque en blanco para llegar a ser un genio. ¿Dónde encontramos la diferencia? Cantidad de artículos y libros se han escrito sobre el tema, pero existe una concepción empírica que demuestra que no es premisa científica que un superdotado tenga necesariamente que llegar a ser un genio. A una persona superdotada se le suponen ciertas aptitudes, ciertas competencias y habilidades más elevados que la media de la población. Sin embargo, a las personas estereotipadas como geniales se les reconocen unas cualidades específicas singulares: elevada imaginación, creatividad, ingenio e innovación... que no tienen por qué estar presentes en una persona superdotada. Es decir, una persona superdotada podrá llegar a retener mucha información, tener una extraordinaria memoria, pero la singularidad de un genio es su gran capacidad para crear, imaginar y resolver problemas de manera original y rápida.

A veces escuchamos, especialmente en el mundo del deporte de alta competición, como una jugada o la culminación de esa jugada en un fabuloso gol resuenan en las gargantas de los aficionados calificándolas de obras de arte, como fruto de una resolución original de auténtico genio. Pero la realidad es que para que ese gol o esa jugada singular sea alabada como genial, antes el jugador ha de haber adquirido ciertas habilidades y destrezas para sustentar esa acción y que pueda ser considerada única. Me estoy refiriendo específicamente al entrenamiento sistemático, al trabajo diario, al esfuerzo desinteresado. Es cierto que muchos jugadores realizan igual o parecido entrenamiento de habilidades y destrezas pero pocos son capaces de realizar una acción genial. El ejemplo descrito sirve de modelo para otras muchas disciplinas competencias e inteligencias.

Pero no menos cierto es que la mayoría de personas que han pasado como genios no fueron en su niñez, ni en su juventud, diagnosticados como superdotados. Como prueba de ello está la voluntad, la tenacidad férrea de Santiago Ramón y Cajal, que siempre admitió no sentirse una persona superdotada, pero contó con el inagotable valor de su voluntad, de su trabajo, de su esfuerzo, reconocido por colegas suyos, una voluntad fuera de lo común. Como dijo George Bulwer-Lytton: «El genio hace lo que debe y el talento lo que puede».