Hubo un tiempo en que siempre teníamos de invitados a comer a una familia de seres amarillos y todos sus amigos y enemigos. No eran chinos ni extraterrestres, eran los Simpson, y el hecho de verlos cada día de dos a tres era el peaje de tener un hijo pequeño en casa. Reconozco que acabé más que harto de sus paridas -las de los Simpson, no las de mi hijo- hasta tal punto, que deseaba que empezara el informativo, aunque fuera el de Antena 3. Ahora mi hijo ha crecido, los seres amarillos nos visitan menos, y nos echamos unas risas juntos viendo algún capítulo perdido.
Hablemos de Homer. ¿Cómo es posible reírse con un tipo machista, cruel con los ancianos, antiecológico, ignorante, zafio, alcohólico y los peores adjetivos que podáis pensar? ¿Quizás nos atraiga lo políticamente incorrecto? ¿O nos divierte imaginar que podemos ser tan gamberros como él?
A mí me hace reír cuando dice a su prole frases que yo nunca diría: «Hijos, lo intentasteis al máximo y fracasasteis. La lección es: no intentarlo nunca» o «Tres sentencias que te ayudarán a lo largo de tu vida: 1. ¡Cúbreme!, 2. ¡Buena idea, jefe! y 3. Estaba así cuando llegué». Toda una filosofía que dada la pereza congénita en los adolescentes, supongo que a mi hijo le encantaría que le dijera.
Pero hay otras que soltaría muy a gusto de vez en cuando, como: «Sólo porque no me importe no significa que no lo entienda». Y esta otra que, como agnóstico preso en algún momento de la desesperación, clamaría mirando al cielo: «Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor, ¡sálvame Supermán!».
No voy a descubrir ahora que los guionistas de «Los Simpsons» son brillantes, sólo me apetecía hacerles este pequeño homenaje. Y para acabar, os dejo esta perla que parece un sinsentido, pero encierra toda una filosofía del fracaso: «¿Cuándo voy a aprender? La solución a todos los problemas de tu vida no está en el fondo de una botella. ¡Está en la TV!». Apaga y vámonos.
