Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Vestimentas falleras y concejales

Una parte del mundo fallero valentino se ha alzado contra su concejal, Pere Fuset,por el caso del manual de vestimenta para señoritas falleras. Fuset se ha quedado muy en solitario defendiendo la posición política, sin demasiado sostén por parte del alcalde Ribó ni de la vicepresidenta Oltra. Para entenderlo conviene recordar que Fuset es miembro del Bloc, es decir, del otro partido al que pertenecen Ribó y Oltra, quienes dentro de Compromís proceden del ala excomunista, la Esquerra i País que se refundara como Iniciativa.

Fuset lleva años en la construcción de un nuevo valencianismo que, precisamente, reivindica los elementos más genuinos de la cultura popular valenciana frente a los mimetismos procedentes del catalanismo acrítico que surge durante el antifranquismo y la transición. Es decir, Fuset es del Valencia y no del Barça, aprecia las Fallas y no «els castellers» por más que le guste la «muixeranga» Algemesí, aunque no sé si tanto como el «Himne a la Mare de Déu».

La bronca fallera con Fuset ha sido como un déjà vu, nos ha devuelto por un momento a aquella transición tan ponderada por todos los españoles y que en Valencia produjo un enfrentamiento civil disparatado, nada de germanías, puro cainismo. En aquel contexto, los intentos lúdico-festivos con las Fallas como motivo resultaron un puro estrambote, el famoso Ajoblanco 76 alcanzó el cénit.

Ciudades del fuego y falleras mecánicas y transexuales de entonces, todo lo purificó el paso del tiempo. Las Fallas se asentaron en lo que suelen ser casi todas las fiestas populares del mundo conocido, lúdica tradición sin más pretensiones. No es territorio ni para la experimentación ni para el relato aunque predomine la sátira. De vez en cuando algún rasgo de modernidad o de arqueología recuperada y ya está.

Los 25 años de gobierno conservador en la ciudad subrayaron la sumisión de las Fallas hacia el gran poder municipal. La «pax» fallera ha sido generalizada durante un cuarto de siglo. El Ayuntamiento dejaba más o menos hacer y la fiesta se agigantaba hasta generar verdaderos problemas de orden público durante demasiadas semanas. A cambio, las Fallas han sido escasamente vitriólicas en su obligada crítica a la actividad política.

El hombre encargado de bregar con ese mundo, mayoritariamente virado hacia el PP y que tenía olvidados los tiempos de Unión Valenciana, ha sido Pere Fuset. Él ha sido la pieza clave en la gestión tranquila de las Fallas por parte del nuevo gobierno municipal. Ha sabido localizar focos neutrales, algún que otro cómplice y, sobre todo, despejar todas las dudas: desde el primer día se calzó los saragüells y las chaquetillas goyescas, capas, botonaduras y pañuelos como tocados para manifestar que él era tan fallero como el que más y que con él al frente de las fiestas valentinas se iban a respetar todas las tradiciones vivas de la ciudad, incluyendo el Corpus y el traslado de la Virgen.

La izquierda más moderada respiró tranquila ante las Fallas con Pere Fuset como no lo había hecho desde los tiempos de Enrique Real. Hasta que llegó el manual de la vestimenta, un confuso asunto que está siendo utilizado con oscuros intereses políticos ajenos a las Fallas. Resulta obvio que las señoritas falleras necesitan un manual de vestimenta y de buena educación, eso que los ingleses llaman certeramente good mannersy que enseñan en sus escuelas sin que a nadie le parezca una intromisión en la libertad de nada. La idea de que cada fallera vaya como le apetezca no es de recibo por muy progre que uno se considere. Otra cosa es cómo se redacta ese manual y la forzada firma exigida a las jovencitas. Alguien, desde luego, metió la pata, pero poco más. Si no había manual, o lo que había era una tradición oral o un simple compendio de rumores, pues bienvenido sea el breviario fallero siempre y cuando se haga con inteligencia, sobriedad y consenso.

A Fuset, da la impresión, lo estaban esperando. Pero este joven político, al que no tengo el gusto de conocer, se ha partido el alma para gestionar un mundo que, en principio, era el más refractario a su gobierno. Y hasta la fecha lo había hecho con talento e incluso donosura. Tan es así que su labor era de las pocas reseñables en un consistorio más bien anodino, marcado por las largas ausencias del alcalde y las improvisaciones de su concejal de tráfico.

Uno, que es valencianista por el uso de la razón, y que disfruto mucho con las Fallas hasta que la ciudad es tomada por la avalancha turística, en cuyo momento procuro mejorarlas a distancia, había creído que la impronta de Fuset era toda una composición política a favor de la reconciliación final de los valencianistas de corazón. Pero, al parecer, aun nos faltan unos cuantos hervores más.

Compartir el artículo

stats