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Valentin(o)

Con una «o» más se escribe su nombre en italiano. Pero es el mismo Valentín que pasado mañana preside el ya habitual Día de los Enamorados. Otra fecha señalada se le aproxima a Valentino Garavani: el 11 de marzo, en que cumplirá 85 años. Muy bien llevados, por cierto, como se ha podido comprobar a raíz de la rutilante Traviata que ha venido a rubricar con su presencia (y autoría) en Valencia, con toda la pompa y circunstancia que suelen acompañarle.

Valentino ha sido siempre muy claro: «Cuando una mujer hace su aparición con un traje de noche debe impactar y fascinar a todos los presentes», decía, hace años. Y para rematar: «A mí no me interesa crear para quienes buscan el anonimato». Bien que lo ha conseguido. Su concepto del lujo, entendido como expresión máxima de un gusto educado, sapiente y exigente, se cimenta «en el perfeccionismo», según sus palabras. La técnica minuciosa de la alta costura, que aprendió desde sus 18 años en París (donde trabajó cinco años con el exquisito Jean Dessès y dos más en el estudio de Guy Laroche) fueron el ingrediente necesario para dar forma a su precoz inclinación al dibujo, a la pasión de aquel muchacho nacido en la pequeña ciudad de Voghera, al sur de Milan, con la herencia inconsciente de una civilización milenaria y un sentido innato de la belleza. Esa amalgama italo-francesa sella el estilo del modisto, que, a partir de su encuentro con Giancarlo Giammeti, encauza una carrera que llegó a instaurar un imperio. Si en principio fueron sus clientas las aristócratas romanas (Luciana Pignatelli, Orsetta Torloni, Allegra Caracciolo, Consuelo Crespi) América le encumbró. «La amistad de Jacqueline Kennedy ha sido fundamental en mi vida», señala. Jackie, entre muchos, eligió un vestido de Valentino para su boda con Onassis. Es célebre la foto de Brooke Shields en Harper´s Bazaar con un traje de organdí rojo que inspiró el cuadro de Botero Mujer vestida de Valentino. Una síntesis de EE UU e Italia: Sophia Loren y tantísimas otras de la élite internacional.

Estar siempre al día, pero por encima de tendencias pasajeras, ha sido la clave de la permanencia del diseñador a lo largo del tiempo. Cuando, en 2007, se celebraron los 45 años de la firma por todo lo alto, en Roma, a la gran fiesta acudieron no sólo estrellas como Uma Thurman o Gwineth Paltrow, sino ilustres colegas como Karl Lagerfeld, Tom Ford, Donatella Versace, Diane von Fürstenberg, Zac Posen... La maravillosa exposición antológica pasó después a París, al Museo de Artes Decorativas, que por vez primera se abría a un extranjero. Ya había sido, mucho antes, el primero en desfilar en el Metropolitan Museum de Nueva York, en 1982, cuando también publicó un espléndido libro sobre él Franco Maria Ricci, el llamado rey del lujo editorial. Libros varios y premios innumerables se han sucedido en cantidad. Entre ellos, la «T» de la revista Telva en 1998, otorgado por un jurado del que yo formaba parte. Entonces le conocí, y la verdad es que no ha cambiado. Él y su concepto de la elegancia tienen un puesto de honor en el olimpo de la moda.

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