Cuando están a punto de cumplirse 10 años desde que se inició la peor crisis financiera después de la IIª Guerra Mundial, ¿con qué problemas se enfrentan las principales economías occidentales, superada la fase aguda de la Gran Recesión?

No cabe duda de que uno de ellos, apuntado por economistas como Thomas Piketty, es el del incremento de la desigualdad. Incluso en países que han sorteado con pocos rasguños esta década, como Suecia, donde el coeficiente de Gini -indicador que mide el aumento de la desigualdad - se ha disparado. Sin embargo, si se analiza a fondo, quizá el inconveniente no radique tanto en el hecho de que el 1% de arriba sea cada vez más rico sino que, el 20% más pobre, lo es cada vez más. Incluso con trabajo, dado que la recuperación de los últimos años se asocia a una mayor precariedad y a unos sueldos más bajos, en comparación con el período precrisis.

Ligado a este punto, aparece el otro gran problema: el aumento de la productividad (derivado, entre otros factores, de un uso más eficiente de la tecnología), que ha provocado que, en el caso de España, se llegue al PIB previo a la crisis con dos millones menos de empleos. Con el añadido de que esta tendencia se acentuará, en lo que se ha denominado como uberización del mercado laboral: empleos más flexibles, por horas (en muchos casos) y supresión de muchas tareas, porque un robot las hará mejor y en menos tiempo. Un ejemplo: un software utilizado en enero por JP Morgan, la banca de inversión, ejecutó en segundos lo que requirió, en su momento, 360.000 horas de trabajo de sus abogados. Evidentemente, hay que preguntarse qué consecuencias tendrá esto en materia de recaudación (el favorito actual para ganar las elecciones francesas, E. Macron, ya ha propuesto una tasa para los robots) y en la financiación de nuestro Estado del Bienestar, ya en declive.