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Deporte de guerra

La noche de la «cremà» veíamos el partido Barça-Valencia y con buena esgrima y altas dosis de comedia y mofa, lo convertimos en guerra civil doméstica bastante grata. El único valencianista del grupo, se preparó a conciencia para vivir su pasión: hasta renunció al vino como si fuera a internarse en el área de la defensa barcelonista. Mientras tanto, en Mallorca, una «terra dellà de la mar» que el Rey Conquistador unció al carro de Aragón, en Alaró, los papás de los niños de dos equipos infantiles de fútbol se arreaban estopa hasta que la Benemérita mando parar.

Cuando digan de alguien que es especialista en violencia y conflictos, no se fíen: la violencia nos constituye y los motivos por los que dos o más estados mueven sus unidades armadas no tienen porque ser más sensatos ni más previsibles que una pelea de taberna. Y viceversa, claro. Por eso es tan importante reservar la violencia para cuando no puedes más o no queda alternativa, en eso se nota que Donald Trump es un perfecto cretino pues quiere guerras con la garantía de ganarlas, cosa que nadie puede ofrecer y que no siempre es lo mejor. En ningún sentido.

El año que viene se cumplen los cien años del final de la Primera Guerra Mundial: todos los estados mayores estaban convencidos de su valor y cultura superiores, pero paso lo peor: que el valor y la inteligencia ya no contasen, porque entrábamos en la guerra de materiales (Jünger) y todos podían seguir fabricando cañones y submarinos, muy igualados en eficacia industrial. La guerra es el triunfo absoluto de la incertidumbre, de suyo muy crecidita. Aquellos generales eran tan idiotas como nosotros cuando nos peleamos por si Podemos o el PP, éste o el otro. El poder ya no está en el Parlamento, como la suerte de la guerra en 1918 ya no dependía del coraje. Primero: delimitación del campo de batalla. Hay cosas que los buenistas, campeones de la corrección política, no comprenden. EE UU podía llevar la guerra a Libia, a Siria, a Afganistán, a Irak, y nosotros apoyarla irresponsablemente. Pero los refugiados han venido a nuestra casa: queda más cerca.

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