Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Carles Cano

Carles Cano, el autor que la Fira del Llibre homenajea este año tiene algo entre surrealista benigno (que no inocuo) y mago Tamariz. Gasta más sombreros que un negro vendedor de collares y elefantes de madera, ha trabajado con los mejores ilustradores del país y es autor de literatura infantil y juvenil. Si se lo propone, consigue ser un conejo o un dragón, y que lo sean también los papas de las criaturas, los amigos y el cronista que pasaba por allí, a mi me ha pasado. Con Llorens, es el más conocido de nuestros contacontes. Los premios que acompañan su carrera se llaman Carmesina, Lazarillo, Samaruc, conceptos llenos de la modestia de todos y de nadie, como si descendieran al nivel desapercibido y casi encubierto de la niñez, de los locos bajitos que decía Gila. Ha expuesto objetos-poema o poemas visuales o cartas con trampa.

Curiosamente, la literatura para los muy jóvenes puede generar, a veces, ganancias de calado (la transoceánica Santillana presenta Jollibre, su marca de obras en valenciano para los ocios y tareas de los escolares), pero las esfinges que controlan el acceso a los templos de la cultura (con garras de harpía) y los atlantes que sostienen el peso del saber, siempre con una almorrana nacida en el cogote, han/hemos considerado la creación para niños como un capítulo del habitual reparto de chuches. Aquí, en la mayoría de casas, entraron muchos tebeos, algún periódico y las revistas de peluquería antes de que se viera el primer libro, habitualmente de repostería o acerca de la vida sexual según López Ibor, que viene a ser también repostería.

De una cosa estoy seguro: siento una envidia enorme de los álbumes ilustrados, ensoñadores, poéticos que se gastan las criaturas de ahora que distinguen perfectamente -al menos los que no son irreparablemente zotes- los dibujitos prefabricados de la tele o la play de la imagen abierta y múltiple de esos murales para niños, agujeros en la bóveda del cielo por donde pueden sacar la cabeza y contemplar el cosmos con el asombro intacto de una pastor del siglo XIV. Y vuelve a sonar la cantinela sin tiempo.

Compartir el artículo

stats