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A ver

El nuevo escándalo político (aunque no sé si de aquí a 24 horas seguirá siendo nuevo), es el propósito del líder de Podemos, Pablo Iglesias, de propinarle una cuestión de confianza al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Una cuestión de confianza no es fácil: requiere el 10% de la Cámara para plantearse, requiere un candidato a sustituir al jefe de gobierno, requiere un programa de gobierno sobre el que luego se vota y requiere la aprobación de la mayoría del Congreso. Sí, sí, no y no. Iglesias tiene el 10%, él mismo sería candidato, pero no tiene programa, al menos formulado coherentemente y, desde luego, no tiene la mayoría en el Congreso y los que lo podrían acuerpar en la aventura ya le han dicho que no.

No es que Rajoy no merezca una cuestión de confianza ni que los partidos de la oposición, el PSOE y Ciudadanos, sean unos timoratos, que lo son. Este asunto va de soberbia. La soberbia de Iglesias exhibida en dos ocasiones: una cuando puso precio a una alianza con los socialistas y otra esta semana pasada cuando ha dicho «¡dejadme solo!» que puedo con los corruptos. Ambas le han salido mal. Una por el indecible descaro de querer imponer en público al entonces secretario general del PSOE su ambición de ser vicepresidente del gobierno con el apoyo de seis de sus conmilitones decididos a ocupar otras tantas carteras ministeriales. Otra ahora por no contar con la indispensable ayuda de los otros dos partidos críticos con el PP. Eso sí, ha conseguido volver a figurar en los periódicos. La primera vez, Podemos desencadenó unas consecuencias que cortaron en seco su progresión electoral al tiempo que, escocidos porque no les hicieran caso, acabaron permitiendo que el PP siguiera en el poder.

¿Error de cálculo? ¿O simple estulticia? ¿Quiso imitar a Felipe González con la moción de censura que tan bien le salió en 1980? ¿O iba de lo que hoy se conoce como sobrao, habiendo decidido que era el momento de aprovechar la actual debilidad de los socialistas? Probablemente ambas cosas. Seguro que calculó que la Gestora se uniría a la moción sin rechistar y que Ciudadanos iría detrás. Y él, de líder. Por eso hizo su anuncio sin encomendarse a Dios (Ciudadanos) ni al diablo (PSOE).

Mírese por donde se mire, la vida política de España revienta por las costuras.

Los jefes de las Fiscalías están asediados por quienes han visto claramente que intentaban interferir en los nuevos casos, como el del expediente Lezo. Se lo van impidiendo entre todos, entre otras cosas porque los jueces controlan las conversaciones de los presuntos corruptos mandando poner micrófonos secretos en los despachos a los que acceden usando ganzúas. Me parece muy bien, pero no entiendo entonces por qué el juez Garzón fue expulsado de la carrera por hacer exactamente lo mismo.

Lluis Llach que anda amenazando con severos castigos a quienes no se dobleguen ante la marcha irresistible de Cataluña hacia la independencia, desperdicia el capital de rebeldía que lo consagró en tiempos del franquismo para ahora pretender lo mismo que Franco con quienes se le opongan. Por cierto, nadie me aclara lo que pasará cuando el parlamento catalán apruebe las leyes de desconexión y declare independiente a Cataluña. Por Dios, que me lo expliquen: ¿Cómo van a funcionar como estado y de dónde van a sacar los medios para hacerlo? Y cuando el 52% de los catalanes se declare en rebeldía y rehúse ser nacional del nuevo país, ¿los van a expulsar, encarcelar o confiscar? ¿Y cuando se encuentren con las fronteras cerradas y el tráfico de mercancías y capitales bloqueado? Vamos, vamos.

Volviendo a Madrid, no dejan de asombrarme los mensajes de ánimo que reciben los corruptos de sus amigos los políticos. No deja de asombrarme que un diputado denuncie hace ya tres años que Ignacio González tiene una cuenta en Suiza y que no le hagan caso. Me asombra que el ministro de Justicia tenga la osadía de decir que la corrupción se paga perdiendo las elecciones, como si nadie hubiera cometido delito alguno de los que se pagan con la cárcel, como si no existieran los tribunales.

Y finalmente, me asombra que desde el PP se diga que hay solo unos cuantos culpables de la corrupción. Pero, eso sí, el partido está incólume, el partido nada tiene que ver con los delitos cometidos para favorecerle. Pues vaya.

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